Las nuevas formas de la evangelización
Los acontecimientos más notables y duraderos en los últimos años en la Arquidiócesis de Bogotá, y seguramente en otras iglesias locales también, tienen que ver con formas no tradicionales de transmitir y suscitar experiencias de fe.
Emblemática ha sido la realización, por demás incesante y creciente, de los retiros de Emaús, que son esencialmente testimoniales. De esta experiencia se han suscitado otras similares para jóvenes y niños. Pero también han crecido mucho las reuniones de fe, léase de oración, adoración y alabanza, a través de conciertos católicos. El más reciente, en el estadio Movistar Arena de Bogotá, no dejó una sola silla vacía. Lleno completo. Y se podrían añadir otras experiencias tipo campamentos, peregrinaciones, especialmente de corte mariano, vigilias de Pascua y de Pentecostés, etc.
Bien vale la pena reflexionar acerca del porqué de la buena acogida a estas propuestas pastorales. Quizás el primer elemento que las ha hecho atractivas sea la posibilidad de participación activa y personal de cada asistente. Lejos de aquellos cursos llenos de charlas que requerían muchos sujetos pasivos. Lo segundo es que en este tipo de experiencias se crea una atmósfera que logra entrelazar muy bien lo espiritual-evangelizador con el diario vivir de las personas, lejos también de una religión desencarnada que, finalmente, ha sido dejada de lado por mucha gente. Un tercer elemento es que el factor emotivo, tan poco valorado en la pastoral tradicional, ha logrado realizar la conexión entre lo espiritual y lo personal que, en la tradicional actividad de solo sermones y charlas, había perdido casi toda su fuerza.
En síntesis, las nuevas formas de transmitir y vivenciar el Evangelio, hoy tocan unas fibras de las personas que hasta hace poco ni siquiera se tenían en cuenta.
Pese a la buena acogida de estas nuevas metodologías, sobre todo entre los fieles laicos, aún hay resistencia en amplios sectores muy tradicionales de los pastoralistas. Las ven como superficiales y apenas de carácter momentáneo.
Es cierto que a los momentos intensos de vivencia de la fe deberían seguir procesos de acompañamiento y formación en la fe para consolidar lo logrado en retiros, conciertos, campamentos, peregrinaciones, etc. Pero ese papel les corresponde a los pastores, a los catequistas, a todos los que tienen la misión de cuidar y acrecentar la fe de las personas. Y esta tarea es larga y dispendiosa y vale la pena preguntar cuántos de los críticos de las nuevas experiencias están dispuestos a poner por obra lo que consideran más profundo y comprometido. La respuesta no siempre es clara.
Aunque a veces nos resistamos a creer que las personas han cambiado mucho en su forma de estar y percibir la vida, en la Iglesia hay que hacer un ejercicio de humildad y reconocer este hecho como algo innegable. Con las consecuencias que conlleva, entre ellas, la de tener que buscar nuevas formas de entrar en contacto profundo con ese ser humano de hoy tan dado a lo emocional, a lo afectivo, al menos en un primer momento, y quien no entienda esto está condenado a no tener acceso a su corazón, a su alma.
En el fondo de todo esto queda claro que las personas quieren hoy que la fe, la Iglesia que la propone, sean en verdad un bálsamo para su existencia, un encuentro real con Jesucristo en sus situaciones concretas de la vida. Nada de que extrañarse. Jesús, en los momentos más importantes de su vida y misión, se retiraba a la montaña a orar, subía con los apóstoles a un monte alto, los hacía navegar. Experiencias junto a Él. Unas pocas palabras y gestos muy significativos dieron origen a lo que hoy llamamos evangelización. No hay que olvidarlo.
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