La diáspora de un sueño de alto costo
La emigración es un fenómeno de constante crecimiento en Colombia. Si bien, algunos se marchan por motivos laborales; en búsqueda de nuevas oportunidades; de estabilidad económica; de mejores servicios de salud y educación; por distracción, esparcimiento; o, quizá, porque la economía y la política atraviesan un periodo difícil.
Otros lo hacen porque la concentración de la riqueza está en unos pocos; por el aumento de desempleo; por migración forzada; y, también, a raíz del precio del dólar y la devaluación del peso colombiano. En cualquiera de los casos, la motivación es irse cuanto antes del país para lograr enviar remesas y así ayudar a la familia.
Estas motivaciones, aunque concretas y con justa razón, no siempre encuentran un escenario positivo, la posibilidad de una vida digna.
Muchos de nuestros hermanos migrantes se enfrentan a vivir en función del trabajo; solventando costos elevados, que difícilmente permiten suplir las necesidades básicas. Una preocupación grande es, sin lugar a duda, el impacto negativo en la alimentación y en el descanso, afectando la salud.
Diversos países han experimentado el impacto de recibir a los hermanos migrantes. En Colombia, el fenómeno ha generado crisis humanitaria en distintos territorios, situaciones que han desbordado la capacidad institucional.
En el caso de los Estados Unidos, preocupa las barreras ante el fenómeno de la movilidad humana. Cada vez se siente con mayor fuerza la selección de los perfiles aptos para ser recibidos en estos países, lo que ha obligado a miles de personas a viajar ilegalmente, situación que sigue poniendo en riesgo la vida de muchos.
En atención a ello, resulta importante una flexibilidad, claridad y respeto con la normativa migratoria. Los territorios han de trabajar juntos para generar una claridad con respecto a los indocumentados y migrantes, para que gocen de beneficios que les permitan, como mínimo, la satisfacción de sus necesidades básicas.
No pocos compatriotas retornan a sus territorios de origen extenuados, desmotivados y afectados por la crueldad del rechazo humano. Cargados de anécdotas acerca de las humillaciones vividas y convencidos, que, definitivamente, su país de origen sigue siendo el anhelo más grande, aunque se “sufra”.
“Que la población emigre es el fracaso latente de algunos países”
Ante este complejo fenómeno es necesario generar mayores inversiones en el mejoramiento de la calidad de vida de los habitantes de nuestro territorio; es indispensable la generación de empleo; romper muros; estrechar relaciones y generar oportunidades. No podemos permitir que las opciones continúen siendo cada vez más escasas.
Urge una nueva mentalidad para reconocer las mentes brillantes, los pensantes, los grandes talentos, el valor de las personas que trabajan, de quienes se enfrentan “a lo que salga”. Es inadmisible que lleguen a faltar jardineros, plomeros, conductores, profesionales en distintas áreas. Vale la pena reconocer el valor del trabajo y, con ello, lograr que las personas no se vayan de su país de origen, ya que son el capital humano más valioso con el que se cuenta.
Por último, no podemos dar la espalda a quienes necesitan un espacio y oportunidad. “No os olvidéis de mostrar hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles” (hebreos 13, 2).
*Por: padre Wilsson Javier Ávila Espejo, coordinador de la evangelización del mundo de la salud en la Arquidiócesis de Bogotá.
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