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El padre Alfonso Llano, un viejo feliz

27 de agosto de 2015

Grave me parece que los fieles se declaren católicos, pero no sepan dar razón de lo que creen.

Leí con mucho agrado la columna del padre Alfonso Llano en la edición de EL TIEMPO del jueves 20 de agosto. Una alegre profesión de fe en sí mismo, en Jesucristo, en su sacerdocio y en la Iglesia.

 

Además de felicitarlo por sus noventa años de vida y su lucidez mental, aprovecho la ocasión para una breve reflexión sobre la libertad de expresión en la Iglesia.

 

Monseñor Luis Augusto Castro, en su obra Parábolas y misión, acoge la idea de que el Nuevo Testamento se escribió con un destinatario muy especial: la imaginación. “Todo el Nuevo Testamento se presentó en términos imaginativos, no en conceptos abstractos”.

 

Podemos, por tanto, dejar el prejuicio de que solo los expertos en Sagrada Escritura pueden entender y expresar lo que la palabra del Señor sugiere. Y no es cierto, tampoco, que los discípulos de Jesús tengan que limitarse a ser simples repetidores de lo que otros dicen u opinan cuando no se trata de verdades de fe.

 

Curiosamente la sociedad espera hoy que las cosas funcionen de tal manera que no quede nada al arbitrio de las personas. Vamos caminando hacia un mundo de robots en el que la conciencia individual no cuenta; en el que aceptamos consciente o inconscientemente que sean otros los que determinen la condición ética de los actos humanos.

 

Recuerdo algunos comentarios hechos en la prensa y la radio sobre el caso del padre Alfonso Llano cuando su Superior Religioso lo llamó al orden y le prohibió seguir exponiendo públicamente sus ideas sobre temas de fe, en los que solo cabe el asentimiento humilde a las fórmulas del Credo.

 

Hasta aquí, totalmente de acuerdo. Pero esa prohibición no podía ni debía extenderse a exigirle renunciar a escribir y opinar sobre otros temas, inclusive sobre los llamados “temas de frontera” que tocan con la Iglesia, la religión o la ética, pero que ciertamente no tienen la etiqueta de “verdades de fe”.

 

Debo confesar que me duele y me preocupa esa especie de inquisición que algunos han montado con el resultado de que cada día son más los que en la Iglesia repiten pero no piensan, creen pero no viven la fe, hacen populismo religioso pero no ayudan a formar la conciencia de los fieles, se proclaman fieles a la doctrina pero olvidan que la doctrina tiene que llevar a un compromiso personal con el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.

 

Se viene dando en nuestra Iglesia el fenómeno de personas extremistas, fanáticas y fundamentalistas que no admiten comentario u opinión que se salga de los estrechos límites de lo que ellos piensan que es la ortodoxia.

 

Por otra parte, hay temas en los que la Iglesia tiene mucho que decir y hacer como son, por ejemplo, los temas de la vida, de la familia, de la educación; entre los que cabe hablar del matrimonio, de la educación sexual, de la planificación familiar, del homosexualismo, del pluralismo religioso, pero aceptando que lo nuestro es anunciar el Mensaje, educar las conciencias, respetar la libertad y no echar por el atajo de obligar mediante la norma impositiva o la legislación penal.

 

Que si algo nos está haciendo falta es ilustrar la fe de los creyentes, tarea que no riñe con la fidelidad a la doctrina; y grave me parece también que los fieles se declaren católicos, pero no sepan dar razón de lo que creen.

 

Monseñor Fabián Marulanda

Exsecretario de la Conferencia Episcopal

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