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Entre el odio y la esperanza

10 de junio de 2025
Imagen:
de referencia.

Poco a poco, pero con mayor fuerza en los últimos años, la sociedad colombiana ha sido convertida en una siembra continua de odio y violencia. Lo que por muchos años fue el discurso de grupos violentos y sanguinarios, se ha convertido en lenguaje oficial, en diccionario de agrupaciones políticas, en tema central de conversación de los ciudadanos. Y comienzan a verse sus nefastos frutos, uno de ellos, el atentado contra la vida del senador Miguel Uribe. 

Este odio se ha llevado por delante la vida de líderes sociales, de miembros de la policía y las fuerzas armadas, y también de misiones humanitarias, ciudadanos del común. Se ha cumplido a la perfección el plan de impregnar el ambiente de insultos, madrazos, amenazas, mentiras y solo faltaba que alguien, cualquier persona, apretara el gatillo y así sucedió.

No suenan muy coherentes ahora los lamentos de algunos proclamándose amantes de la vida, cuando llevan largo tiempo provocando a la sociedad y a las personas con toda clase de diatribas que no tienen objetivo diferente a llevar a cometer crímenes de odio. Ahora el país experimenta una gran tensión social que tiende a crecer. El plan del odio incluye llenar las calles de violencias y amenazas. Interrumpir la vida de los ciudadanos de bien, generar más odio y rabia. Y solo Dios sabe en qué pueda terminar esta cadena de actos infames que, sin duda, quieren generar caos en aras de un objetivo posterior. La sociedad colombiana está acercándose a sus límites de tolerancia, que si se rompen pueden desembocar hasta en una guerra civil.

Está claro que solo el Estado y sus legítimos gobernantes pueden dar garantía a la vida, los derechos y los bienes de los ciudadanos. Pero no es lo que actualmente se ve en Colombia. La ciudadanía ve, eso sí, con excesiva pasividad, cómo ni el Estado ni sus dignatarios la están protegiendo y más bien sí la están exponiendo y ve con terror cómo innumerables delincuentes gozan hoy de prebendas antes nunca imaginadas. También están viendo los ciudadanos una policía y unas fuerzas militares como diluidas y que ya no transmiten la sensación justa y esperada de ser garantes de las condiciones mínimas para el desarrollo de la vida cotidiana. La comunidad nacional siente una desprotección y una inseguridad que están generando más violencia de justicia por mano propia; y ha aumentado el éxodo hemorrágico de miles de colombianos a otras naciones.

Y, pese a todo, hay que seguir abogando por la paz y la concordia. Lo más fácil es atizar la hoguera del odio y la violencia. Pero la ciudadanía tiene que movilizarse en este sentido, porque la poca que lo hace, está asalariada para sembrar miedo y terror. 

Los colombianos no pueden seguir en esa vieja inclinación de pedirle a los demás que hagan lo que entre todos tendrían que hacer, en este caso, luchar por una vida en paz, en libertad y en respeto incondicional de la dignidad de cada persona y de su vida. 

Lamentamos la escasez de buenos líderes que muevan a la ciudadanía, pero deben existir, y ojalá sean personas nuevas, comprometidas, honestas, inteligentes y luchadoras. Hay que buscarlas y apoyarlas. Y su misión y la de toda la ciudadanía, tiene que ser la de instaurar un nuevo discurso de unidad, de progreso, de justicia real, de trabajo disciplinado, de respeto por la vida, la honra y los bienes de los ciudadanos. 

Los sembradores del odio han hecho muy bien su tarea y sus frutos están a la vista. ¿Los amantes de la paz y la justicia serán capaces de hacer lo propio para darle esperanza a Colombia?


Fuente: Dirección El Catolicismo

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