Hermanos, Jesús insiste en enseñarnos que es necesario orar siempre y no desanimarse nunca. Pero ¿por qué? Porque Dios escucha el grito de los oprimidos; porque Dios es bueno, es justo. Nos lo enseña con la parábola de la viuda y un juez que no teme a Dios y no le importan las personas. Es un hombre sordo a la voz de Dios e indiferente al sufrimiento de las personas.
Las viudas eran las más desamparadas en la sociedad israelita. Formaban parte de un pueblo que exigía justicia a unos dirigentes que se la habían negado sistemáticamente. En la parábola, la insistencia de la mujer viuda vence la resistencia del juez a dictar una sentencia. Jesús valora y alaba la fe la viuda que pide justicia y revela a sus discípulos que Dios hará justicia a sus elegidos si le gritan día y noche.
Si bien la parábola hace referencia a las primeras comunidades ansiosas esperando la segunda venida de Jesucristo, la invitación es hecha a todos sus elegidos, ya que la injusticia podrá estar presente en el mundo, en la sociedad, en cualquier momento de la historia. De hecho, así ha sucedido y sucede en nuestros días, y en nuestro país también.
Los elegidos somos el pueblo de Dios que vive una fe con ansia de justicia; una fe que a gritos –día y noche–, exige, espera, un cambio radical en las leyes que nos rigen. Y ese pueblo son sus apóstoles, sus discípulos, somos todos nosotros. Esos gritos son la expresión de una fe con ansia de justicia, porque es fe en un Dios que es justo, que no es sordo a los gritos de los pobres.
A ese Dios hemos de invocarlo de manera incesante en nuestra oración privada y en todas y cada una de nuestras celebraciones litúrgicas, y no desanimarnos nunca; hemos de gritarle que haga justicia en favor de los que nadie defiende.
Jesús nos invita a hacer oración, pero sin olvidar a quienes viven sufriendo por las injusticias que hay en todo el mundo y por tantos que en nuestro país sufren y mueren esperando una respuesta por parte de quienes dicen administrar justicia, pero que no lo hacen.
Es bien sabido que entre nosotros hay jueces y fiscales que no temen a Dios, a quienes no les importan las personas o las familias víctimas del crimen organizado y que sienten ansia de justicia. Causa dolor y vergüenza tener que aceptar que la administración de justicia en la Colombia de nuestros días la hayan convertido en arma sucia de lucha política en favor de un Gobierno.
Que no se nos pase ni un solo día sin gritar, sin hacer oración. Orar con humildad. Poner toda nuestra confianza en Dios.
Padre Carlos Marín G.
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