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Justicia social y fraternidad

28 de septiembre de 2025
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Jesús cuenta a los fariseos una historia adaptándose a sus propias categorías religiosas, a las creencias judías de la época sobre el más allá.

El seno de Abraham era la meta y esperanza de todo judío piadoso después de la muerte. Es lo que hoy nosotros llamamos el cielo. Allá fue llevado Lázaro después de su muerte; el ponerlo a la mesa de Abraham: es símbolo de una vida en plenitud y abundancia. El abismo y los tormentos, lo que nosotros llamamos el infierno. Al rico lo enterraron, está en el lugar de la muerte.

Es una parábola más en el contexto del anuncio de la irrupción del Reino de Dios que refuerza la necesidad y la urgencia de la conversión. La riqueza y la abundancia de bienes materiales es criticada por Jesús como algo opuesto al querer de Dios. El Reino de Dios que Jesús anuncia e inaugura exige, a los que tienen mucho, compartir los bienes con los más pobres.

El afán por la abundancia de bienes materiales constituye uno de los obstáculos más graves para alcanzar una vivencia plena de verdadera fraternidad entre todos los hombres.

Esta parábola del rico epulón y de un pobre llamado Lázaro, es una invitación apremiante a vivir nuestra vocación a la fraternidad en reconocimiento y práctica de los derechos y los deberes de cada uno como ser humano y como hijo de Dios.

Desde el siglo XIX se empezó a hablar de justicia social en referencia al deber de los Estados de trabajar por un reparto equitativo de los bienes y servicios básicos necesarios para el desarrollo integral de la persona humana y una calidad de vida de acuerdo con su dignidad.

En la iglesia católica, santos como Basilio Magno y Gregorio Nacianceno, siglo IV, y Crisóstomo, siglo V, arzobispo de Constantinopla, con gran entereza y sabiduría predicaron las enseñanzas de Jesús sobre el uso del dinero y el deber de compartir los bienes con los más pobres.

Desde el final del siglo XIX, y a partir de un juicioso discernimiento de la realidad social de nuestros pueblos, la Iglesia empezó a elaborar y difundir su propio magisterio en respuesta a su misión de transformar la realidad social con la luz y la fuerza del Evangelio, construyendo un humanismo integral y solidario a la luz de las exigencias propias de la justicia.

La concentración de la riqueza en unas pocas manos constituye una crasa negación de la presencia del Reino de Dios.

Francisco de Asís, Vicente de Paul, la Madre Teresa de Calcuta, la Madre Laura, y muchos otros supieron predicar y vivir el Evangelio.

El Papa León XIII con la encíclica Rerum Novarum dio inicio en 1891 al magisterio social pontificio. De allí en adelante todos los Concilios y los Papas han reafirmado y enriquecido la evangelización de lo social. Este magisterio incluye temas como la persona humana, su dignidad, sus derechos y sus deberes, el trabajo humano, la economía, el desarrollo de los pueblos, el bien común, la familia como célula vital de la sociedad, la civilización del amor, y otros.

Lo que en el hoy que vive nuestra patria debe preocuparnos es que esa doctrina se enseñe, se difunda, se conozca, y que todos nosotros nos atrevamos a llevarla a la práctica.

P. Carlos Marín G.

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