El lucrativo negocio de la gestación subrogada en Estados Unidos
Al margen de la actualidad española, que no menciona, el diario Avvenire publicó una crónica, desde Nueva York, sobre un mercado en auge, que deja pingües beneficios.
Elena Molinari cuenta cómo se extiende la lista de famosos del firmamento estadounidense que alquilaron un vientre para tener un bebé: antes de Paris Hilton, la más reciente, Elon Musk, Sarah Jessica Parker, el periodista estrella de la CNN Anderson Cooper y muchos más. Según la agencia sanitaria federal estadounidense Centers for Disease Control and Prevention, más de 18.000 bebés nacieron ya de madres de alquiler entre 1999 y 2013, y se estima que la cifra se ha cuadruplicado en los últimos diez años hasta alcanzar unos 5.000 al año, por el aumento del número de parejas homosexuales o infértiles con abundantes medios económicos.
La deshumanización se confirma a partir de datos sobre la característica comercial y utilitaria del fenómeno, que se tolera en todas partes, salvo donde se prohíbe expresamente, como Michigan, Luisiana y Nebraska.
Pero la mayoría de los nacidos proceden de otros países, porque es mucho más barato. Así India y Nepal, Tailandia, Rusia, Georgia y antes Ucrania; también México y algunos estados de América Latina. Los programas de gestación subrogada cuestan entre 40.000 y 60.000 dólares, menos de la tercera parte de la media en Estados Unidos.
Además, se les concede la ciudadanía si al menos uno de los comitentes norteamericanos tiene conexión biológica con el bebé. Incluso, el comité deontológico del Colegio de Obstetras y Ginecólogos, que condenó en 2019 la comercialización de la maternidad subrogada, admite ahora que cierta compensación económica puede aceptarse en algunos escenarios sociales, económicos y geográficos, aunque pueda ser realmente coercitiva en otros.
El sector mundial de la gestación subrogada alcanzaba unos 14.000 millones de dólares en 2022, según la consultora Global Market Insights. “La pujanza de esta industria y sus ramificaciones internacionales no son nada nuevo en Estados Unidos”, explica Katy Faust, fundadora de una ONG pro derechos de la infancia, Them Before Us. “Lo que es nuevo es la caída del velo de la hipocresía: se habla ahora sin pudor de los niños como productos y de los derechos de los aspirantes a padres antes que los de los niños”.
A principios de marzo, un vídeo en YouTube de una pareja gay documentaba su difícil elección entre doce embriones –“productos con código de barras”–, antes de implantarlos en una madre de alquiler. Las agencias prefieren mujeres solteras con hijos, que necesiten desesperadamente ayuda económica –suelen haber perdido un trabajo no cualificado por la pandemia– y sean vulnerables. Como señala Debora Spar, decana de la Harvard Business School on line, autora del libro Baby Business, “si los niños son cada vez más un objeto, las mujeres son víctimas”.
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