Como si la vida colombiana no estuviera saturada de discusiones y conflictos sin fin, ahora la política comienza a plantear la posibilidad de realizar una asamblea constituyente de origen popular. La Constitución de 1991 no ha terminado de ser desarrollada y ya comienza a pensarse en una nueva que la reemplace. Fieles a nuestra herencia castellana, tenemos el vicio de creer que los problemas se arreglan escribiendo documentos de esa naturaleza y códigos sin fin, mientras nuestra capacidad de realizadores es muy limitada y casi siempre desordenada. Pero si la propuesta prospera, la comunidad católica, los fieles laicos, deben estar preparados para hacer presencia en ella de forma muy activa y tratando de ser parte decisiva de la posible asamblea.
No deberían tardarse los obispos de Colombia en comenzar a promover grupos de trabajo de laicos que, en todo el país, entren de lleno a reflexionar sobre lo que puede implicar una posible asamblea constituyente de origen popular. Las universidades católicas también tendrían que estar en primera fila para darle una gran altura conceptual a este reto que se plantea desde la Presidencia de la República. De igual manera, los movimientos laicales, con sus hombres y mujeres mejor preparados en campos como la política y el derecho, deberían empezar a conversar sobre esta nueva realidad que podría concretarse en el panorama de la vida nacional. En fin, todos los católicos interesados de verdad en la suerte de su país y por ende de sus comunidades locales, sus familias y su vida personal, deberían sumarse a un ejercicio de participación masiva, en la cual los colombianos nos caracterizamos por una apatía sorprendente.
El ambiente político de Colombia no está ni para pasar de agache ni para subirse a la tarima –la gente de bien, no los penados- sin espíritu de lucha democrática. Es decir, de darse la asamblea constituyente, vienen tiempos de dura lucha política. Estas convocatorias ponen sobre la mesa de discusión temas capitales: desde la noción de identidad del ser humano, pasando por sus derechos y deberes, hasta la idea de comunidad, también con sus derechos y deberes. Y suelen tocar aspectos como la propiedad, las instituciones del Estado, lo público y lo privado, las relaciones internacionales, la educación, la salud, etc. Una asamblea constituyente es un poder omnímodo que hasta podría revocar al Presidente de la República, cerrar el Congreso temporalmente y otras medidas fuertes, que requieren mucho seso y cuidado.
De acuerdo a como están las cosas hoy en la Colombia social y política, la comunidad católica cometería un grave error, gravísimo, si no se mete de lleno en estas aguas agitadas. Hay muchas razones válidas para pensar que lo que hasta hoy está garantizado en muchos aspectos de la vida colombiana, basados en el sistema democrático y libre que nos rige, aun con sus imperfecciones, no tiene su futuro garantizado. No se puede seguir pensando que aquí no está pasando nada y que todo será como siempre. No hay que caer en dramatismos, pero tampoco dormirse hasta que amanezca. Desde la doctrina social de la Iglesia, desde la enseñanza de los obispos colombianos, desde el accionar del clero y las instituciones católicas y desde muchísimos bautizados y bautizadas bien preparados, la comunidad católica puede aportar mucho a la construcción de una sociedad más justa y equitativa, más propensa al trabajo, al orden institucional, a la solidaridad con los más pobres y siempre a la conservación de la democracia, el menos peor de todos los sistemas de gobierno, como alguien ya lo dijo.
Acaso sea pertinente citar al Apóstol, que amonesta a los romanos. “Es hora que despertéis del sueño…”.
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