Franz Jägerstätter, el otro santo del día

Jägerstätter fue un campesino austriaco, objetor de conciencia. Su férrea convicción católica le impidió hacer parte del régimen nazi y le acarreó la muerte. Cuando…
Su solicitud de servir como paramédico fue ignorada. Sentenciado a muerte, murió guillotinado en la prisión de Brandenburgo-Gorden. Fue declarado beato por la Iglesia católica durante el pontificado de Benedicto XVI.
La negativa de Franz Jägerstätter
Durante mucho tiempo se difundió la mítica versión de que las fuerzas militares alemanas no se habían involucrado ni en el genocidio ni en los otros crímenes atroces cometidos durante la segunda guerra mundial por los seguidores de la ideología nazi. Hoy, gracias a historiadores como Wolfram Wette, sabemos que muchos miembros de la Wehrmacht estuvieron implicados “de pensamiento, palabra, obra y omisión” en aquellos actos de barbarie. Entre 1939 y 1945 el ejército alemán fue, en palabras de Wette, “una gigantesca maquinaria de exterminio que no hizo sino sembrar la tragedia y la calamidad por toda Europa, dejando de lado el respeto por la humanidad del vencido y por el derecho internacional”.
El único grupo religioso de Alemania cuyos miembros se negaron en masa a ser reclutados en las fuerzas armadas de Hitler era el de los testigos de Jehová (Die Zeugen Jehovas), y de estos insumisos hubo 253 que pagaron con la muerte su desobediencia. Por el contrario, sólo 12 católicos y 6 protestantes figuran en la honrosa lista de los hombres que se resistieron a guerrear bajo la comandancia del Führer. Uno de ellos se llamaba Franz Jägerstätter (en la foto), y murió decapitado en la prisión de Brandenburg, cerca de Berlín, el 9 de agosto de 1943.
Jägerstätter, un campesino austríaco de 36 años, casado y padre de tres hijas, fungía como sacristán del templo parroquial de su pueblo, Sankt Radegund. Allí fue el único ciudadano que dio un voto negativo en el irregular plebiscito convocado en marzo de 1938 para unir su invadido país al Reich alemán. A los ojos de aquel católico devoto Hitler era un tirano sanguinario que había desatado una guerra injusta. Este convencimiento lo llevó a juzgar como éticamente inadmisible cualquier participación en el aparato bélico del dictador.
Franz Jägerstätter llegó al patíbulo por haber ejercido su derecho fundamental a decir que no: el derecho a la objeción de conciencia. Los nazis lo ejecutaron porque, en seguimiento del dictamen moral de su razón, se resistió al mandato de servir como soldado. Pero ni su obispo, ni su párroco ni su confesor encontraron justificada tal negativa. El valeroso aldeano fue a la muerte sabiendo que un buen número de sus parientes, amigos y correligionarios lo juzgaban traidor o insensato.
La Alemania nacional-socialista trataba con extremo rigor a los objetores de conciencia. Quienes bajo el régimen nacionalsocialista se negaban a cumplir las normas sobre servicio militar obligatorio eran detenidos, llevados a consejos verbales de guerra y sancionados con la pena de muerte. Se requería un excepcional coraje para rehusar la conscripción.
Por lo demás, con excepción de Konrad Von Preysing, obispo de Berlín, hasta el final de la contienda los miembros de la jerarquía católica alemana recomendaron a los fieles cumplir sus deberes patrióticos dentro de lo que juzgaban —sin mucho fundamento— como una guerra justa contra el ateismo bolchevique.
Por la época en que Franz Jägerstätter rechazó el alistamiento, los moralistas católicos veían en la objeción de conciencia al servicio militar una conducta inadmisible, contraria al patriotismo y carente de fundamento doctrinal. Aún faltaban muchos años para que el Concilio Vaticano II enseñara: “Parece razonable que las leyes tengan en cuenta, con sentido humano, el caso de los que se niegan a tomar las armas por motivos de conciencia”.
Sin embargo, la objeción de conciencia frente al servicio militar no era desconocida en la Iglesia primitiva. Santos como Marcelo, Táraco y Maximiliano fueron martirizados por las autoridades romanas después de que se negaron a incorporarse en las tropas imperiales. Como lo señaló el teólogo Yves Congar, muchos creyentes de los primeros siglos rehusaron el oficio castrense “no tan sólo para huir del peligro de los actos idólatras que entonces iban unidos a él, sino por una negativa total a atentar contra la vida del hombre”.
A imitación de los mártires de la Iglesia naciente, Jägerstätter prefirió morir a traicionar sus más profundas convicciones. Su heroico sacrificio inspiró la biografía En testimonio solitario, del catedrático norteamericano Gordon Zahn, la película El caso Jägerstätter, del director austríaco Axel Corti, y la pieza teatral Testigo, del dramaturgo israelí Joshua Sobol.
El Papa Benedicto XVI —quien a los 16 años sirvió como recluta en el ejército hitleriano— dispuso que Franz Jägerstätter fuera beatificado el 26 de octubre de 2007 en la catedral de Linz (Austria).
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