Hacerse un tesoro en el cielo, es decir, ante Dios. Eso nunca lo pensaron los ricos de Tiberíades, acaparar más y más era su única obsesión. Eran las monedas de oro y plata, el tesoro al que llamaban mammona, que quiere decir, dinero que da seguridad.
Uno de los rasgos más llamativos en la predicación de Jesús es la lucidez y la fuerza con que desenmascara el poder alienante y deshumanizador de la ambición y la codicia, que llevan al hombre a acumular riquezas materiales, olvidándose de su condición de hijo de un Dios Padre y hermano de todos.
Todavía hoy encontramos un sin número de cristianos a quienes solo les preocupa su propio bienestar y su riqueza material: sus negocios, su empresa, sus viajes, sus lujos, el imperio de la moda, la pasión tecno, el cuidado de sus mascotas. Viven encerrados en sí mismos, como prisioneros de sus propios bienes. Una lógica de la vida que los deshumaniza y esclaviza: trabajar y vivir para acumular, para ganar, para disfrutar; para “vivir sabroso” como se está diciendo hoy, expresión y signo de nuestra pobreza interior.
Para Jesús, la vida del rico del Evangelio de este domingo es un fracaso y una insensatez. ¿Por qué? Porque solo sabe acumular; no sabe, nunca aprendió, nadie le enseñó a compartir, nadie le habló de ensanchar el horizonte de su vida; no conoció, o no quiso escuchar las exigencias de la caridad cristiana para con todos aquellos que se hunden en el hambre y en la pobreza extrema. De ahí el grito de Jesús: «no podéis servir a Dios y al dinero».
Quiere decir que no puede haber fidelidad a un Dios Padre que quiere justicia, fraternidad para todos y, al mismo tiempo, vivir como esclavos de los bienes materiales. La consigna, el propósito, el plan de vida no puede ser: “Túmbate, come, bebe y vive sabroso”. ¿Qué hay de humano en ese programa de vida?
Hemos leído y oído mil veces que Colombia es uno de los países más inequitativos en cuanto a la distribución de la riqueza. ¿Será que no conocemos, no hemos entendido o no queremos poner en práctica la palabra de Jesús?
La acumulación de bienes materiales, a la luz del Evangelio, es signo de pobreza interior, es negación de la primacía del Reino de Dios porque es idolatría de la riqueza material. En cambio, hacerse rico ante Dios y por el Reino es el más noble ideal, el programa de vida más sabio mientras estamos en la tierra. Es cuestión de sabiduría, de prioridades y de sentido de la vida. La existencia humana, en una visión cristiana de la misma, no puede reducirse a la acumulación y al goce de bienes materiales perecederos.
Aprendamos de memoria y llevemos a la práctica esta sabia lección de vida cristiana según el Evangelio.
P. Carlos Marín G.
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