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Una ciudad está sufriendo

3 de abril de 2017

Afortunadamente el país ha aprendido a atender estas grandes calamidades, no solo con prontitud, sino también en forma organizada e integral. Pero lo más importante es…

Estremecedora la tragedia natural que ha sucedido en Mocoa, Putumayo. No es necesario describirla pues ya la han mostrado los medios visuales. No caben en estos momentos sino oración y solidaridad. Quienes han visto morir o desaparecer a sus seres queridos necesitan, ante todo, ser fortalecidos espiritualmente pues sus vidas han sido golpeadas brutalmente por la naturaleza. Así mismo, el despojo material es indescriptible y no son pocos los que quedaron únicamente con lo que llevaban puesto a la hora de la avalancha. Después del asombro aterrador de esta tragedia, llega para todos los colombianos la hora de la solidaridad. Nadie que haya visto este desastre puede quedarse tranquilo e inactivo.

Hay muchas formas de ayudar. Lo primero, y es tarea especial de la Iglesia, es orar por quienes han muerto y también por quienes han perdido familias, amigos, vecinos. Ya en el día de ayer numerosas diócesis del país ofrecieron las eucaristías dominicales por estas intenciones. Lo segundo es ver la mejor forma de ayudar materialmente para suplir las carencias que ahora se sienten en Mocoa. En este sentido, es importante seguir las orientaciones que dan el Gobierno nacional, lo mismo que instituciones como la Cruz Roja o la misma Iglesia, para que los esfuerzos mancomunados logren el mayor alcance. Afortunadamente el país ha aprendido a atender estas grandes calamidades, no solo con prontitud, sino también en forma organizada e integral. Pero lo más importante es que todo el que pueda manifestar su solidaridad lo haga sin pensarlo dos veces.

Una vez atendido lo humano, se hace necesario, una vez más, volver los ojos a la naturaleza y la forma como los seres humanos nos estamos relacionando con la misma. Ya se oyen voces preguntando por el estado de los bosques, las montañas, los ríos de las regiones del Putumayo. Aunque la naturaleza tiene sus propias dinámicas, no sobra preguntarse si la tala de los bosques, la explotación indiscriminada de los suelos, el uso descuidado de los ríos y quebradas ha podido llevar a que tarde o temprano el entorno natural se convierta en un verdadero riesgo para los seres humanos. Y, generalmente, este desequilibrio se manifiesta contra los más pobres a quienes sus condiciones de vida los han llevado a situarse en terrenos de alto riesgo y muy poca protección.

Con frecuencia estas tragedias, que afectan a una población entera, suelen replantear los modos de vida de toda una comunidad, en este caso Mocoa. Se impone no solo la reconstrucción en lugar distinto de la infraestructura urbana de la ciudad, sino también el replantear la vida de estas comunidades para que no sigan dependiendo de unas condiciones de vida que dan muy poco campo a la esperanza y al progreso. En Colombia nos hemos acostumbrado a que multitudes de personas pobres viven en lugares, condiciones y ocupaciones cuyo fin casi siempre es trágico y devastador. De esta tragedia cabría esperarse una profunda reflexión entre autoridades y población para trazar unos caminos diferentes de vida, más dignos, más seguros y que realmente colme las expectativas de desarrollo integral. Y esta reflexión valdría la pena plantearla en tantas ciudades y municipios en los cuales todavía no ha sucedido nada grave porque Dios es grande. Si se logra este aprendizaje, la muerte de tantas personas no fue en vano.

 

 Imagen: lafm

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