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El poder

31 de julio de 2025
Imagen:
Diario Uno Santa Fe

Como hacía mucho tiempo no se veía en el mundo, buena parte del poder está hoy, de manera muy visible, en manos de personas que no parecen tener límites y mucho menos moderación alguna. Y no solo en la esfera política y militar. En muchísimos campos de la vida moderna, tanto pública como privada, de vez en cuando eclesiástica, llegan a los puestos de mando hombres o mujeres que no parecen tener otro punto de referencia que su propia persona, sus propios gustos, caprichos y de vez en cuando sus problemas personales. Para ellos, los demás o no existen como seres humanos o les interesan en la medida que favorecen sus propias inclinaciones. Y el asunto se torna dramático cuando alguien o algunos no se prestan a seguir las orientaciones de quien ejerce el poder de forma incorrecta, violenta, corrupta o por fuera de la ley.

La Iglesia, desde su doctrina social, ha enseñado siempre que el poder es un medio para servir a los demás y con especial preferencia a los más débiles. Y que su objetivo siempre debe ser la construcción del bien común. Sin embargo, en la cultura actual, generadora de narcisismos tan acentuados, de manejo de cifras tan grandes de dinero y riqueza, de dirección de corporaciones que son incluso más ricas que muchas naciones, de redes sociales que desde la nube pueden arrasar con todo, de aparatos militares tan poderosos, la enseñanza eclesial puede sonar poco menos que ingenua. Pero no por ello deja de ser cierta y necesaria. Cuando todo poder, pero especialmente el más fuerte en cualquier sentido, no está alineado con el servicio y el bien común, y no tiene controles fuertes, no es otra cosa que un enemigo vivo de la persona y la comunidad humana.

Para los ciudadanos de a pie y para las comunidades es importante que en medio de este panorama cuenten con medios para protegerse y defenderse del poder desbordado, de la tiranía, de la injusticia, de la marginación. Y, en parte, para eso existen el Estado de derecho y también las fuerzas armadas legítimas. Deben ser, Estado y fuerzas armadas, más fuertes que los caudillos; más justos que todos; más fieles a ley que los mismos legisladores; más prontos a cumplir la misión de proteger a la ciudadanía que cualquiera otra instancia de la vida humana. Y, junto al Estado nacional, las instituciones nacionales, las organizaciones civiles, las iglesias, la comunidad académica e intelectual, los periodistas, deben hacer frente común, siempre en el marco legal, para defender a cada persona y comunidad y para motivar constantemente el ejercicio del poder con sentido de justicia, bondad y siempre con límites racionales.

No es fácil determinar qué es peor: si el poder ejercido sin límites o sus contrapesos o controles paralizados. En últimas, un poder muy grande sin una ciudadanía activa es un cheque en blanco puesto en las manos de un orate. 

Aunque a veces las situaciones humanas difíciles parecieran pedir las famosas manos duras, la abolición de leyes y normas, el endiosamiento de hombres o mujeres muy carismáticos, caer en esta tentación equivale a ponerse la persona misma o toda una comunidad la soga al cuello. Muchas veces se ha dicho que la democracia es el menos malo de todos los modos de gobierno, y es cierto. 

Para que el ejercicio del poder sea justo y para que personas y comunidades estén protegidas siempre, hay que luchar constantemente para que sigan funcionando, aun con sus falencias, los Estados que han puesto en casas aparte lo ejecutivo, lo legislativo y lo judicial. Lo demás son cantos de sirena que siempre terminan muy mal para el infractor, pero después de hacer sufrir a muchos más. Si el poder sirve, sirve. De lo contrario, no.

Oficina Arquidiocesana de Comunicaciones
Fuente:
Dirección- El Catolicismo.com.co
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