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Poder migrar hacia la esperanza

12 de noviembre de 2025
Imagen:
FAMIG

La migración de hombres y mujeres es tan antigua como la misma humanidad. Los libros de historia, y la misma Biblia, cuentan innumerables episodios de personas y pueblos enteros que deambularon y lo siguen haciendo por los caminos de la tierra, abandonando sus propios hogares y terruños, en busca de un sitio que los acoja y proteja, porque algo o alguien los obligó a salir de sus lugares de habitación. Así nació una categoría de personas llamadas migrantes. En el interior de Colombia se les denomina desplazados. En la literatura, siervos sin tierra. En el corazón humano, una tragedia sin nombre, una situación tan triste como ninguna otra, una injusticia que clama al cielo. En los campos de la fe, una obligación moral y espiritual de caridad, solidaridad y justicia.

No siempre es fácil imaginar todos los riesgos y peligros a que se ven abocadas las personas obligadas a migrar. Caminar sin rumbo fijo por sendas desconocidas bajo la mirada sospechosa y hostil de los habitantes de tierras ajenas. Padecer hambre y sed, pues por lo general los migrantes son gentes muy pobres, desposeídas de todo bien material. Correr el riesgo de ser convertidos en mercancías humanas por los delincuentes de la trata de personas o los promotores de la prostitución y aun de la esclavitud, que también subsiste en estos tiempos. Caer en los caminos sin posibilidad de ser auxiliados médicamente, y muy posiblemente morir allí. Ver romperse paulatinamente los vínculos familiares y comunitarios más queridos por las distancias que se recorren para, quizás, nunca volver. Ser migrante a la fuerza es una verdadera tragedia sin nombre que logre describirla del todo.

Para la Iglesia los migrantes han sido siempre una preocupación de primer orden. En la actualidad ocupan muchas de sus fuerzas pastorales y caritativas. Y aunque son millones de personas las que hoy deambulan desterradas por el mundo y que la Iglesia solo puede atender una parte de ellas, bien vale la pena sostener esta tarea y acrecentar el esfuerzo de llegarles en la mejor forma posible. También los hacen muchas otras instituciones, especialmente las Naciones Unidas. Entre todos, la meta tiene que ser el lograr que la tragedia se convierta en una migración hacia la esperanza, no hacia el desespero y la muerte. Enorme y difícil tarea. Pero, también, misión con el más claro sabor cristiano de bienaventuranza y servicio al prójimo y a los pobres. En otras palabras: una misión que aparece cada día a las puertas de los cristianos para que, poniendo por obra la misericordia obrada por Dios en Cristo, se extienda a los hermanos que han tenido que dejarlo todo en forma injusta y casi siempre violenta.

La Arquidiócesis de Bogotá ha recorrido ya un largo camino en la tarea de salir al encuentro de los migrantes y desplazados. Tiene una fundación –FAMIG- que les ofrece orientación, protección, apoyo, formación para el trabajo, auxilio económico para el desplazamiento, alojamiento, etc. Pero el flujo de personas es creciente y también las necesidades por atender. Por esta razón, la Arquidiócesis ha organizado para los días 14 y 15 de noviembre una maratón –campaña- televisiva, a través del canal Tele Amiga, para recaudar fondos y así continuar atendiendo a esta población que hace presencia muy grande en Bogotá. Se requieren muchos recursos. 

La campaña es una invitación para que todos los bautizados y las personas de buena voluntad hagan aportes en dinero que permitan seguir sirviendo a todos los que golpean las puertas de la Iglesia en busca de amparo, auxilio y una luz de esperanza. Nos auguramos una respuesta muy generosa de la comunidad creyente en esta invitación a hacerse solidaria con los hombres y mujeres que hoy recorren los caminos inciertos de la migración y del desplazamiento.

Oficina Arquidiocesana de Comunicaciones
Fuente:
Dirección- El Catolicismo.com.co
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