Sociedad desencajada
A mucha gente del común la acompaña hoy la sensación de que no vamos para ninguna parte, de que está siendo atropellada en su vida individual, matrimonial, familiar y…
Es ya casi una frase de cajón la que afirma que vivimos en una época de crisis. Pero es cierta. Y en Colombia, particularmente, esto se siente a cada instante. Nuestra sociedad respira por todos sus poros incertidumbre, nerviosismo, inseguridad, desconfianza. La autoridad estatal es a veces lo más parecido a una ficción. Las comunidades locales, por vías de hecho, establecen procedimientos que van rompiendo la unidad nacional, bien sea política, económica y aún sociológica. El derecho, la legislación exuberante del parlamento, ha llegado a unos extremos que rayan en lo ridículo y lo irrealizable. Casi que en un elemento que paraliza las personas y las instituciones. Si bien hay algún progreso material en la nación, en general hay una sensación de desencaje en muchos aspectos de la vida nacional.
Fruto de lo anterior, nada tienen de extraño los movimientos políticos, religiosos, militares y de otro orden, que han venido surcando la geografía nacional. “Extremistas” es la palabra más usada para clasificarlos. También se les llama “fundamentalistas”. Pero el análisis no es completo si no se hace la pregunta del por qué han venido surgiendo estas posturas ideológicas o religiosas o militares. Razones debe haber. Y entre ellas no es la de menor peso la de la extrema liberalidad que se ha querido sembrar en la sociedad colombiana, de suyo una comunidad más bien de costumbres y pensamiento tradicional y en mucho conservador. La arremetida de estas ideologías ultraliberales ha terminado por generar demasiada incertidumbre en amplias capas de la población y parte de ellas ha optado por atrincherarse en las mencionadas posturas más bien radicales de todo tipo.
A mucha gente del común la acompaña hoy la sensación de que no vamos para ninguna parte, de que está siendo atropellada en su vida individual, matrimonial, familiar y también en sus creencias. Y a esto se le añade otro elemento: esta gente del común también siente que nadie la representa ni defiende y que ella misma no tiene canales reales y democráticos para exponer sus puntos de vista y defender sus valores e ideales. Pero han comenzado a florecer posturas políticas, religiosas, militares, académicas, que reflejan ese desencanto y esa sensación de marginalidad en que se sienten muchas personas. Esto, además de ser perfectamente explicable, lleva, sin embargo, el riesgo, por no decir peligro, de la radicalización. No obstante tanto alarde de democracia en Colombia, la verdad es que la actual funciona al revés: las minorías ultraliberales quieren dominar a las mayorías más bien de centro y partidarias de lo progresivo, más que de lo arrasador. Y ahí se está empollando una inconformidad que no sabemos en qué pueda terminar.
La Iglesia católica en Colombia es hoy, en general, una comunidad más bien de centro, moderada, de equilibrios. En esto hace un contrapeso tanto a los ultras de un extremo o del otro. Pero quizás podría ser más activa en la promoción de esta postura centrista, ajena a radicalismos que no llevan sino a más discriminaciones para un lado o para otro. Ella misma estaría muy afectada para su misión si los extremismos copan a la nación, o bien porque querrán conquistarla para sus propósitos, o bien porque se le impediría su acción por no ser colaboracionista. No conviene reposar más en aquella afirmación que sostiene que en Colombia nunca pasa nada y todo sigue igual. Los tiempos han cambiado y hasta las vecindades políticas podrían llegar a ser factor determinante en el futuro de la nación. “Mansos como palomas, astutos como serpientes”, es la recomendación del Evangelio.
Fuente Disminuir
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