Sin ordenaciones sacerdotales
Este año la arquidiócesis de Bogotá no podrá alegrarse, como lo ha hecho siempre, por la ordenación de nuevos presbíteros. Ninguno de sus dos seminarios tiene candidatos…
No es una noticia fácil de asimilar para una iglesia que todos los años ha tenido esta posibilidad, pero que ahora no se presenta. Desde luego que, además de lamentarlo, se impone la reflexión aún más profunda sobre el tema vocacional en la ciudad de Bogotá, o al menos, en el territorio que comprende la Arquidiócesis primada. Con algo así como cuatro millones de habitantes, la mayoría de ellos bautizados, esta comunidad católica tiene necesidad de aumentar el número de sus pastores para recibir de ellos los dones que Cristo ha depositado en su Iglesia. Pero los tiempos son difíciles.
Realmente son difíciles. Y en el encuentro con los jóvenes, aunque se hacen esfuerzos aislados y esporádicos, no hay hoy en día una acción eclesial que logre ingresar al mundo real de ellos, no solo para conocerlos y comprenderlos, sino para hacerles diversas propuestas, entre ellas la de la posible opción vocacional. En diversas ocasiones hemos insistido en la necesidad de hacer una aproximación más profunda y menos intuitiva al mundo juvenil de la actualidad y de este modo crear una relación provechosa para ambas partes. Incluso cabe preguntarse si una vez algunos de ellos responden positivamente, es lo más apropiado ingresarlos a unas estructuras –incluyendo la vida interna de los seminarios- que pueden ser bastante ajenas a su modo de vida, de pensar, de proyectarse. Pero esto no quiere decir que ellos estén desinteresados del mundo espiritual y del servicio, componentes fundamentales de la vocación sacerdotal.
Sin lugar a dudas, en el mundo entero el sacerdocio católico está siendo cuestionado por propios y extraños, y los escándalos ya de todos conocidos, y hábilmente aprovechados por quienes no aman a la Iglesia y al clero, han generado una fuerza de no atracción muy grande. Pero, por otra parte, los jóvenes de la actualidad sienten un gran interés por el tipo de actividades que realizan habitualmente los ministros de Cristo, tales como el servicio a la comunidad, la atención a los más pobres y marginados, la promoción de la oración, la defensa de la vida y de la creación. Tal vez en la Iglesia no hemos sido capaces de asimilar de lleno la manera como la población juvenil realiza estas tareas y por momentos queremos obstinarnos en hacerlo todo como siempre y somos muy reacios a las nuevas sensibilidades y modos de acción. Y aquí quizás se ha cavado un abismo muy profundo entre Iglesia y jóvenes.
El sínodo panamazónico le ha planteado preguntas al Santo Padre y a toda la Iglesia sobre cómo tener ministros y ministerios para las condiciones concretas de esa región y de esas comunidades. Vale la pena trasladar estas cuestiones al ámbito de una ciudad-región como es Bogotá y sus municipios vecinos. También hay que preguntarse si la movilidad imparable de los sacerdotes hoy en día no está privando a las comunidades y a los jóvenes de tener unas figuras sacerdotales que realmente lleguen a marcar el alma de quienes los siguen por largos años. Y es necesario preguntarse una y otra vez qué tienen los jóvenes de hoy que pueda hacer perfecta empatía con el único sacerdocio de Cristo, para establecer un puente provechoso para ellos, para la Iglesia, para la vocación sacerdotal. No tener ordenaciones puede ser una ocasión única de hacer un alto en el camino para hacerse muchas preguntas y responder con creatividad pastoral. Si permanecemos haciendo lo mismo de siempre, la sequía se prolongará mucho más.
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