Santos de nuestro tiempo
Tanto el papa Pablo VI como el arzobispo Romero son buenos ejemplos de cómo los pastores deben ser capaces de encarnarse en las angustias y esperanzas de los hombres de…
El papa Pablo VI y el arzobispo Óscar Romero, salvadoreño, fueron exaltados por el papa Francisco al honor de los altares. Dos hombres de nuestro tiempo y comprometidos con el hombre y la mujer de esta época. Pablo VI tuvo la delicadísima tarea de desarrollar en la práctica las enseñanzas y orientaciones del segundo concilio vaticano, con el cual se quiso actualizar el accionar de la Iglesia en el mundo. Fueron tiempo muy complejos, los cuales afrontó este hombre italiano con excelsa sabiduría, firmeza y prudencia. El arzobispo Romero tuvo que levantar su voz en nombre de un pueblo que estaba siendo aplastado por políticos radicales de derecha y esto le costó la vida. No obstante, su voz resonó con potencia y el pueblo salvadoreño llegó en parte a su liberación política. Tanto el papa Pablo VI como el arzobispo Romero son buenos ejemplos de cómo los pastores deben ser capaces de encarnarse en las angustias y esperanzas de los hombres de su tiempo y ser luz para ellos en sus historias concretas.
El papa Francisco, también a través de las canonizaciones, sigue trazando con claridad su perfil de Iglesia. Desde el inicio de su pontificado ha querido verla como la que sale al encuentro de los seres humanos, como un hospital de campaña, como la que se la juega en las periferias de la existencia humana. En suma, una Iglesia untada de humanidad de pies a cabeza. Una Iglesia que no se preocupa tanto de sí misma como de la suerte de todas las personas. Y esta suerte tiene connotaciones espirituales, eclesiales, políticas, económicas. La Iglesia está dada para las situaciones concretas que viven las personas y en medio de ellas es que debe brillar su servicio y también su santidad. Pablo VI sacó el papado de las estrechas murallas vaticanas y empezó a llevarlo por el mundo para encontrar una acogida, que hasta hoy se conserva, inmensamente grande en casi todo el mundo. Monseñor Romero se atrevió a ir más allá de estériles discusiones doctrinales que poco o nada dicen al pueblo sufriente y se hizo voz de los que no tienen voz. Ambos, imágenes extraordinarias de verdadera evangelización.
La idea de santidad que se encuentra en personas como Pablo VI y monseñor Romero son muy dicientes para nuestra época. Hablan de un compromiso con el Evangelio en situaciones concretas y que implica riesgos que no se eluden, sino que se afrontan con espíritu cristiano. Pablo VI pudo tener la tentación de no renovar la vida de la Iglesia sino dejarla anclada a estructuras y modelos culturales y teológicos que ya nada decían al hombre del siglo XX. Monseñor Romero también pudo ser tentando por un no meterse en problemas, incluso con la Iglesia de Roma, y permitir con oscuros razonamientos que los poderosos oprimieran a su nación. Pero ambos tomaron el riesgo de comprometerse a fondo con su tiempo, con las enseñanzas del Evangelio y en absoluta fidelidad a la Iglesia. Los frutos se dieron en los tiempos que Dios tenía dispuestos. Y es increíble cómo, al mismo tiempo, desaparecen en las tinieblas de la historia los que no comprendieron a los santos, los que a ellos se opusieron y quienes no dejaron finalmente ninguna huella digna de ser seguida.
Aunque la santidad siempre es en esencia la misma, algo así como la entrega total e incondicional a Dios en el servicio a los hermanos, cada época reclama un modo que logre iluminarla. El mensaje de estas canonizaciones es que tanto la Iglesia como el mundo requieren santos y santas que realmente logren dar sentido al momento en que se vive. Y en las últimas décadas, lo que la humanidad le ha pedido a la Iglesia es que sea su fiel compañera de viaje, que la sostenga en este cambio de época, que le dé sentido en medio de una cultura de muerte y de falta de esperanza, que muestre estar totalmente en manos de Dios para poder confiar plenamente en ella. Pablo VI y Oscar Romero lograron eso en buena medida y su obra brilla cada vez con más claridad a medida que pasa el tiempo y los frutos de sentido, renovación y libertad florecen en comunidades concretas. Finalmente, estos dos buenos hombres son como un signo para que el cristiano de a pie descubra que ser santo no es solamente la vocación a la que ha sido llamado, sino que es posible hacer de la fidelidad a Dios y el servicio a los hermanos el modo de estar en este mundo.
Imagen: efe
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