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Sanar, exorcizar, liberar

13 de mayo de 2019

Es cierto que la salud mental de la población colombiana no es hoy en día la mejor y esto lo confirman los estudios hechos por diferentes instituciones públicas y…

A medida que la sociedad colombiana ha crecido en complejidad, en deterioro de la salud mental, en condiciones de vida que causan muchas angustias a las personas, en signos de violencia e inestabilidad, han crecido también toda clase de propuestas que ofrecen sanación (¿es una palabra castiza?), liberación, exorcismos y todo lo que supuestamente tiene la capacidad de traer de nuevo la paz a las personas. La gente, en sus muchas necesidades y angustias, a veces acude en medio de una gran credulidad a quienes tienen las nuevas soluciones y respuestas. Sin embargo, los resultados no siempre son los esperados y no es extraño que las consecuencias sean peores que los males que se quería superar. Una gran cautela se requiere al momento de acudir a ese número creciente de personas y lugares que dicen tener poderes especiales para cambiar las situaciones de la gente.

Es cierto que la salud mental de la población colombiana no es hoy en día la mejor y esto lo confirman los estudios hechos por diferentes instituciones públicas y privadas. Como también es cierto que en la sociedad colombiana se da hoy una gran mezcla de corrientes espirituales y también un gran vacío en este campo. Cada dimensión debe ser atendida por personas preparadas debidamente para hacerlo. La mente es supremamente delicada y su deterioro debe ser atendido por los profesionales que se han preparado para hacerlo, como, por ejemplo, los siquiatras, los sicólogos, los sicoanalistas. Y el alma, el espíritu del ser humano, también requiere que sea cuidada por quienes se han preparado para ello, como los sacerdotes, los verdaderos pastores, los grandes orantes, los místicos. En un ambiente que tiende a la desinstitucionalización, es muy probable que se esté dejando estas tareas a charlatanes y quizás expertos en manejos de masas para su propio provecho.

Conviene que las personas sean muy cautas a la hora de ponerse en manos de quienes ofrecen el cielo y la tierra, la paz, la liberación, el exorcismo, la curación, como algo parecido a una mercancía a la cual se accede fácil y prontamente. Y se accede a través de sumas de dinero. Quien ha recibido en verdad dones espirituales sabe que debe ponerlos al servicio de la comunidad y hacerlo sin más interés que llevarles los dones de Dios. Los dones recibidos no son para montar negocios, para esquilmar a las personas. Tampoco son para enaltecer a quien los practica, sino siempre para la gloria de Dios y el bien de las personas. Y, desde luego, quien ejerce una supuesta actividad espiritual o de liberación o de sanación, o aún de exorcismo, debe responder por lo que hace. No se puede ilusionar, por no decir engañar, a la gente sin más ni más. De ahí la importancia que quienes ejercen estas actividades deban estar acreditados por alguien o por alguna institución o aún por su propio testimonio de santidad de vida.

La Iglesia católica ha sido y es muy cauta y hasta escéptica con respecto a muchas de estas prácticas. Esto le ha valido críticas y también la pérdida de algunos fieles que quisieran verla haciendo cosas un poco más “espectaculares”. Para la Iglesia el itinerario de sanar, liberar, exorcizar es el que se hace a través de la escucha de la Palabra de Dios, la conversión, el recurso a los sacramentos y a la oración, lo mismo que la práctica de la caridad. En muy contadas ocasiones la Iglesia recurre, por ejemplo, a los exorcismos y quien lo efectúa goza de especiales dones espirituales y es enviado por ella a realizarlos. Pero lo que se requiere en general cuando las personas se sienten oprimidas, angustiadas, ofuscadas, es acompañamiento, comprensión, orientación, oración y estímulo en el amor y la misericordia. Este camino suele ser largo y fatigoso, pero tiene todo un sentido real y vital. Pretender cambiar la vida con acciones puntuales y de origen desconocido puede ser causa de mayores inquietudes. Como criterio general, los fieles de la Iglesia deben pedir la orientación de sus párrocos cuando a sus puertas lleguen quienes ofrecen la solución a todos sus problemas a través de acciones que no han sido propias del ejercicio pastoral de la Iglesia.

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