Revolución en el tribunal eclesiástico
La inmadurez con que los contrayentes han llegado a contraer nupcias sacramentales se perfila como la causa más común para concluir que muchos matrimonios, en realidad,…
Según datos ofrecidos por el Tribunal Eclesiástico de Bogotá, de más de 600 peticiones de nulidad matrimonial presentadas recientemente, solamente 17 han sido negadas. Las demás han sido respondidas afirmativamente. La inmadurez con que los contrayentes han llegado a contraer nupcias sacramentales se perfila como la causa más común para concluir que muchos matrimonios, en realidad, nunca llegaron a existir. A lo anterior se añade la celeridad con la que el Tribunal ha venido trabajando en los últimos años de acuerdo con los nuevos procedimientos mucho más expeditos que ha indicado el papa Francisco y que ya han sido adaptados por esta instancia de justicia dentro de la Iglesia. Sin duda, se trata de una revolución dentro de la Iglesia y, más aún, una revolución muy necesaria y muy esperada por quienes habían visto fracasados sus proyectos de vida matrimonial.
La situación de miles de personas que algún día creyeron estar listas para casarse por la Iglesia, y que la misma Iglesia así lo creyó, pero que con el tiempo no resultaron sino en unas uniones muy imperfectas y frágiles, que resultaron en rupturas definitivas, estaba en mora de ser vista con más misericordia, comprensión y uso apropiado de las leyes canónicas. Quizás una concepción demasiado legalista del sacramento del matrimonio y una interpretación muy estrecha de la Escritura, pudo haber llevado a que la situación de los separados católicos, permaneciera como en un limbo espiritual y sacramental, muy penoso para muchos hombres y mujeres deseosos de estar en paz y comunión con Dios. Las enseñanzas del papa Francisco, con sólido fundamento teológico y sacramental, han abierto una puerta por la cual ha entrado un nuevo aire para dar una solución clara, pronta y decidida a quienes, luego de un tropiezo grande en la vida de pareja, quieren intentarlo de nuevo, con sinceridad ante Dios y ante sí mismos.
Lo anterior tiene varias consecuencias. La primera toca, tanto a los futuros esposos como a la pastoral matrimonial-familiar de la Iglesia. A ambos les cabe un propósito de mirar el matrimonio futuro con mucho más cuidado, detenimiento y responsabilidad. No bastan ni el simple deseo de casarse de los novios ni la simple disponibilidad de la Iglesia para bendecir cuanta unión se le proponga. De lado y lado hay que ir mucho más despacio. Quizás los novios bautizados deben entrar en una noción mucho más profunda del noviazgo como el paso anterior indispensable para llegar convenientemente al matrimonio sacramental y hacer del mismo una verdadera escuela para la vida matrimonial. Y la Iglesia, tan pronta para sugerir el matrimonio en todas partes, debería mirar con más cautela para obrar con sabiduría cuando invita a asumir la vida matrimonial pues, comprobado está, que no es estado de vida para el que estén preparados muchísimos de sus hijos.
Destrabar la situación sacramental y canónica de quienes han visto rota su unión matrimonial ha sido uno de los propósitos pastorales del papa Francisco. Por fortuna, la Iglesia en Bogotá ha tomado muy en serio las indicaciones del Pontífice Romano y la misericordia, porque de eso se trata, comienza a marcar fuertemente el quehacer el Tribunal eclesiástico. Con toda seguridad, a quienes les están llegando las respuestas afirmativas de la instancia jurídica de la Iglesia, la vida les está sonriendo de nuevo y esto debido a la posibilidad de recuperar, en todo, la comunión con Dios y con su Iglesia, como también con sus familias. En un mundo que se ha vuelto cada vez más duro en todo sentido, es alentador poder encontrar una comunidad, la eclesial, lista a jugársela con la dulce herramienta de la misericordia para que los hombres tengan vida y la tengan abundante, según la enseñanza de su Divino Fundador.
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