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¿Rendición?

10 de junio de 2019

La Iglesia, por ejemplo, en su diario e incesante atender a las personas, a las familias y a las comunidades, constata que detrás de los discursos de extrema…

Las posiciones de una parte de la sociedad colombiana y de sus instituciones frente al tema de las sustancias sicoactivas están dejando la sensación de que nos hemos rendido y que estamos optando por resignarnos a la presencia de este mal en la comunidad. El enemigo es formidable y sus acciones no cesan nunca. Sembrar o producir, procesar, distribuir, crear adicción, exportar, traficar a nivel macro o micro, constituyen una cadena muy potente que sin duda ha permeado la sociedad colombiana y el mundo occidental, a tal punto, que para muchos es un enemigo invencible.

Este perverso mundo de las sustancias sicoactivas ha tenido la inteligencia para situarse prácticamente como una necesidad de muchos, desde el campesino pobre que ve en la siembra de coca o de marihuana una salida a sus penurias, hasta el distribuidor en las ciudades que ve en esta actividad una forma de trabajar para subsistir. Y los adictos se ven surtidos en su enfermedad de manera ininterrumpida. Y el legislador y el poder judicial parecen estar cediendo definitivamente a la fuerza de esta verdadera manifestación del mal.

Este panorama siempre oscuro, al menos para humanistas y para cristianos sinceros, plantea no pocos interrogantes. Por ejemplo, ¿qué es más importante, la libertad sin límites o la dignidad de la persona? ¿La libertad absoluta del individuo está por encima del bien común? ¿Tiene sentido que existan el Estado, sus instituciones, los códigos si su fin no es la protección del ciudadano, de su dignidad y de la comunidad? ¿Si la regla última es el individuo sin limitaciones de ninguna naturaleza, para qué las instituciones sociales, para qué la ley, para qué una nación? Porque detrás de esta relativa rendición de la sociedad o de esta predominancia del individuo sobre toda la comunidad, se van descomponiendo ambos: el sujeto y la sociedad. Insistimos: entonces, ¿para qué Estado, leyes, códigos? Si estos no existen para proteger a la comunidad, aunque no siempre se obtengan victorias definitivas, no vemos cuál sea su función real en medio de la sociedad.

La Iglesia, por ejemplo, en su diario e incesante atender a las personas, a las familias y a las comunidades, constata que detrás de los discursos de extrema liberalización de asuntos graves, está quedando, sobre todo, una gran cantidad de hermanos abandonados a su suerte, mejor, a su pésima suerte de consumidores de sustancias sicoactivas. Y, con las recientes disposiciones, se expone sin defensa posible, a quien no está en ese ámbito y que, como en el caso de niños y jóvenes, esperarían que el Estado y las leyes los protegieran de verdad. Es una falacia defender posibles bondades del consumo de sustancias sicoactivas, tanto para quien las usa como para quienes están en su entorno. Y tampoco se puede olvidar que detrás de la presencia de toda esta basura alucinógena coexisten la deforestación del país, los grupos mafiosos, la corrupción, la muerte en las calles de las ciudades, la inseguridad. Pero parece que en algunas instancias del Estado y de la sociedad se sigue queriendo hacer ver a todos los demás que este es un mundo inocente y que no causa problemas. ¿Para quién trabajan las altas cortes del país? Hay muchas dudas en el ambiente.

Está visto que el Estado, sus instituciones y una forma de pensar muy en boga en la actualidad, no están interesados en proteger decididamente a los ciudadanos. Simplemente han ido cayendo bajo las garras del mafioso mundo de las drogas y el alcohol, bien sea por omisión, por falta de carácter o por rendición. Ante este panorama desolador, no queda más remedio que potenciar la misión de la familia, de las iglesias, de las instituciones educativas que creen en la dignidad humana, de los medios de comunicación de orientación humanista y de todo el que tenga algún ascendiente sobre otros para protegerlos, iluminar sus vidas, prevenir lo que los puede destruir y curarlos cuando sea necesario. Pero está claro que quienes están en total desacuerdo con el rendirse ante el narcotráfico y su cadena satánica, están hoy desprotegidos por su propio Estado, sus propias leyes. Han de surgir nuevas instituciones para que los ciudadanos puedan sentir que viven en un país que los respeta y protege.

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