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Parroquia, en sentido más amplio

19 de febrero de 2018

A medida que las grandes ciudades se vuelven complejas, lentas, pesadas, la comunidad local, es decir, el barrio, el conjunto, la cuadra, y entre todas ellas la…

La imagen tradicional de una parroquia contiene más o menos los siguientes componentes: una iglesia, una casa grande, un sacerdote, unas señoras que ayudan, un organista y un sacristán. Además, es el lugar donde se preparan niños para la primera comunión, jóvenes para la confirmación y en donde se reparten mercados para los pobres. También, lugar de encuentro para señoras devotas de la Virgen María, para los grupos de oración y tal vez un grupo juvenil. En los tiempos modernos las parroquias han ampliado su radio de acción y allí se dictan cursos de Biblia, de oración, de teología para laicos. Se promueven campañas tanto de caridad como cívicas según las circunstancias de cada comunidad. No hay duda de que en las parroquias hay vida y mucha actividad.

Pero el mismo clero constata que hace falta hacer aún más para que la parroquia no deje de ser ese centro vital de la vida cristiana y que es la esencia misma de la Iglesia. La reflexión actual sobre la vida de la parroquia es intensa y hay insistencia en su carácter de comunidad, de centro de servicios pastorales para los fieles, de punto de encuentro dentro de los mismos barrios donde están situadas. Y la reflexión empuja para que lo que se hace en las parroquias asuma definitivamente un carácter de proceso continuo de iniciación, cultivo y realización de la fe bautismal. No deben ser las parroquias una especie de centros a los cuales se acude solo por acciones puntuales como los sacramentos, los funerales, sino verdaderas escuelas de Jesús para el crecimiento de los creyentes. La continuidad en el largo tiempo es un imperativo sobre el cual hoy los pastoralistas llaman mucho la atención al pensar el modelo de parroquia.

Pero cabe pensar también que las parroquias pueden y deberían ser todavía más amplias en el modo de abrirse a las necesidades de las personas, sin limitarse únicamente a lo espiritual y religioso. Ya hay experiencias interesantes de parroquias que tienen centros de escucha, sobre todo en las grandes ciudades, donde tantas personas están ansiosas de tener con quién conversar y ser escuchadas amablemente. Y es a partir de las necesidades más sentidas de la gente, que esta institución de la Iglesia puede entrar en contacto con el hombre del común, al hacerse punto de encuentro, de reflexión, de iluminación. Los desempleados, los migrantes, las personas que están solas, los adultos mayores, los jóvenes que ni estudian ni trabajan –los ninis-, los extranjeros y también los recién llegados a ciudades y pueblos, etc. Las personas que están en estas y otras categorías requieren con frecuencia un mediador para encontrarse con otras personas, un ambiente propicio para tejer nuevas relaciones sociales, una comunidad de apoyo y amistad, unos seres humanos que le aviven la esperanza en todo sentido.

A medida que las grandes ciudades se vuelven complejas, lentas, pesadas, la comunidad local, es decir, el barrio, el conjunto, la cuadra, y entre todas ellas la parroquia, adquieren mayor importancia pues son el lugar existencial donde hombres y mujeres quisieran encontrar las realidades más importantes para su diario vivir. Una gran capacidad de respuesta se requiere hoy en día de parte de obispos, sacerdotes, diáconos y demás agentes de pastoral para repotenciar todas las estructuras parroquiales de manera que se hagan todavía más útiles a los miembros de la Iglesia y a todos los hombres de buena voluntad que se acerquen a tocar sus puertas. Los párrocos, en especial, no deben temer el abrir sus parroquias a nuevas experiencias de humanidad, de encuentro, de fe, de respuesta a las verdaderas necesidades de la gente. Con toda seguridad, a través de estas necesidades también puede avanzar muy bien la nueva evangelización.

 

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