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No, no y no

20 de junio de 2017

Esta violencia sin fin y enfermiza también ha creado en el subconsciente de los ciudadanos una especie de vergüenza al sentir que del seno de nuestra sociedad surgen sin…

Atentados en Bogotá, muertos en Arauca, secuestros en Santander. Parecerían viejas noticias de la vida colombiana, pero son de la semana pasada. Como si una atadura irrompible ligara la vida de Colombia a la violencia y al irrespeto de la dignidad humana, no se cansan los que atropellan la vida de seguir en su absurdo accionar, inventándose los más variados e inaceptables argumentos. Esta violencia sin fin y enfermiza también ha creado en el subconsciente de los ciudadanos una especie de vergüenza al sentir que del seno de nuestra sociedad surgen sin cesar este tipo de manifestaciones irracionales y siempre reprobables. Pues desde el Evangelio siempre seguiremos diciendo que no y no y no a la violencia, cualquiera sea el pretexto que se arguya para practicarla. Y es importante repetir este rechazo cuantas veces sea necesario para que algún día, Dios mediante, la tierra colombiana no esté regada por la sangre de sus hijos.

En los últimos años se escucha hablar con frecuencia de una sociedad polarizada, al referirse a la colombiana. Una comunidad llena de posiciones extremas, de sorderas y cegueras ante el prójimo y sus pensamientos y necesidades. Un pueblo que en el fondo es bastante ajeno a los extremismos, contempla unos grupos minúsculos que quieren poder o dinero o tierras o lo que sea, y sienten que el terror y el derramamiento de sangre es el camino para lograr sus objetivos. Están totalmente equivocados. Y mientras dure su error y su delito, siguen sufriendo personas, familias, instituciones. ¡Cómo quisiéramos que por una vez llegara la racionalidad a las mentes que creen que la violencia es medio justificado para lograr algo! Ese día, quizás podremos dormir definitivamente con sosiego, antes no.

Y aunque hemos avanzado y ya no somos tan pasivos, los colombianos estamos en la obligación de manifestarnos abierta y claramente contra todo tipo de violencia. Desde la flor y el cirio puestos en el lugar donde cayeron los inocentes, hasta la marcha en la plaza pública, pasando por el discurso, la oración, el minuto de silencio, etc, nada debe faltar de lo que se puede hacer para expresar el rechazo radical a los violentos. A veces estas manifestaciones pueden parecer una gota en el mar. Pero si se repiten, se juntan, se amplifican, no hay duda de que se va construyendo una verdadera muralla contra los depredadores de la vida humana. Detrás del fin de las Farc, de Eta en España, del Ira en Irlanda y de otros tantos grupos violentos, en parte, estuvo la ciudadanía marchando en sus calles y plazas para manifestar hastío y asco por la destrucción de lo humano. Esto soporta también la acción pronta y decidida del Estado, en su obligación de proteger al ciudadano.

Los asesinos campean por la tierra desde la época del mismo Caín. Y contra él hay que estar siempre alertas. Pero se hace necesaria una actitud cada vez más clara y radical en lo que se refiere a la defensa de la vida, en todo momento y circunstancia. Porque desafortunadamente se ha logrado crear como una especie de fisura en el modo de ver el valor de la vida y que daría a entender que no siempre es intocable. Y por allí entran los lobos rapaces a acabar con todo. La fe cristiana es una fe que gira en torno a la derrota de la muerte y del pecado, a través de la santidad y la resurrección de Cristo. Siempre que sucede una muerte injusta y violenta, queda más claro que mientras no abracemos totalmente la obra de Cristo, todo seguirá siendo muy frágil y vulnerable.

 

Imagen: elespectador.com

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