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Migración infinita

13 de febrero de 2018

La mayoría de quienes emigran de su propia nación, se ven obligados a interrumpir abruptamente todo lo que hacen: su vida de hogar, su trabajo y estudio, sus vínculos…

Se ha hecho inocultable el fenómeno de la migración de ciudadanos venezolanos a Colombia. Basta mirar las imágenes diarias transmitidas por la televisión para quedar absolutamente convencidos de que Colombia se ha convertido en un receptor neto de inmigrantes, en este caso, procedentes de Venezuela. Y su presencia ya es muy extendida en todo el territorio nacional. Y como siempre sucede en estos casos, llegan personas de las más distintas procedencias, ocupaciones, situaciones civiles, algunos con recursos, otros sin más pertenencias que las que caben en sus maletas. Y también entre ellos algunos malhechores que quieren aprovechar la ocasión para hacer de las suyas. Pero lo más importante desde la Iglesia y desde todos los cristianos, es descubrir en ellos personas necesitadas de auxilio en todo sentido y no solo el económico, aunque sea en principio el que más apremie.

La Iglesia no ha tardado en responder a esta romería de quienes tienen que abandonar su tierra contra su propia voluntad. Desde las mismas ciudades fronterizas la Iglesia ha salido al encuentro, en la medida de sus posibilidades, con alimentos, alojamiento, transporte, orientación sobre trámites. La pastoral social de la Conferencia Episcopal, las diócesis fronterizas y las comunidades religiosas que trabajan con migrantes, han sido las primeras en hacer y conservar la presencia entre estas multitudes, a las cuales muchas veces sorprende la noche debajo de un árbol, en la banca de un parque, en los fríos pasillos de un terminal de transporte. Esta primera atención es incuestionable y debe ser, como ha sido hasta ahora, en la medida de recursos disponibles pronta y oportuna. Pero es solo el principio.

La situación es tan dramática y a todas luces compleja para toda la nación colombiana, que se impone la tarea de pensar cómo serán atendidos los ciudadanos venezolanos en los siguientes meses a su arribo a Colombia. La mayoría de quienes emigran de su propia nación, se ven obligados a interrumpir abruptamente todo lo que hacen: su vida de hogar, su trabajo y estudio, sus vínculos familiares y sociales, sus prácticas religiosas. Muchas veces deben abandonar su patrimonio, con muy pocas esperanzas de recuperarlo. Y todo esto tiende a romper la salud física y mental, la paz espiritual. Genera estados de pánico y angustia, depresión, soledad, desamparo. Se hace necesario hacer esta descripción para que todo el que pueda voltear su mirada sobre los inmigrantes sea pronto para responder con solidaridad y que ojalá esta sea continua. Pero es todavía más necesario que nadie se sienta exento de sumar fuerzas a esta atención humanitaria, pues las dimensiones del problema son realmente enormes y desconocidas entre nosotros.

Los obispos de Colombia han querido que, durante la Cuaresma, que se inicia el miércoles 14 de febrero de 2018, se dé también inicio a una gran campaña de solidaridad para con los venezolanos a través de la Comunicación Cristiana de Bienes. En todas las parroquias del país se recibirán ofrendas en dinero para sostener y ampliar la obra de la pastoral social con quienes llegan a Colombia en busca de salvar sus vidas en todo sentido. Ojalá todos los miembros de la Iglesia que puedan ayudar lo hagan con especial generosidad. Pero, pensando a largo término, también queda la tarea de idear acciones que puedan sostener y apoyar a la mayor cantidad de personas en este proceso de rehacer sus vidas y de hacerlo dignamente. La Iglesia quiere contribuir positivamente a solucionar la situación de los venezolanos que están llegando a Colombia y ya lo está haciendo. La invitación es para que todo el que pueda unirse a solucionar esta tragedia lo haga sin demora. En solidaridad Colombia nunca ha perdido el examen.

 

Imagen: Global Affaires

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