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Los no creyentes entre nosotros

23 de octubre de 2017

Hasta hace un breve tiempo era inimaginable, en Colombia, que existiera alguna persona que no conociera algo del Evangelio o de Jesús o de la misma Iglesia.

Las cosas han cambiado notablemente. Por razones ideológicas o por vivir en ambientes nada religiosos, hoy en día es fácil encontrar a hombres y mujeres que, literalmente, no han sido evangelizados, nunca han escuchado en forma sistemática una predicación sobre Jesús y nunca han tenido interés por hacerlo. No pocas de estas personas se autocalifican como no creyentes y el campo religioso no suele inquietarlas. Es hora de hacer desde la Iglesia una reflexión sobre la mejor manera de llegarles con la buena nueva de Jesucristo.

Octubre suele ser el mes de las misiones en la Iglesia. Habitualmente se pensaba en la misión como una tarea por desarrollar en lejanas tierras y en medio de culturas muy diferentes a las más cercanas a la Iglesia. Pero hoy en día el gran campo de misión es, sin duda, la ciudad, la metrópolis, el gran centro urbano. Es un campo que plantea enormes retos, comenzando por la posibilidad de encontrar el tiempo en los no creyentes para atender las invitaciones de los misioneros y predicadores de la Iglesia. Y es también un reto para la creatividad de la pastoral de manera que su labor se haga realmente atractiva para quienes, en las ciudades, viven todos a diario en medio de toda clase de propuestas deslumbrantes que, muchas veces, los cautivan. Y es un gigantesco desafío para la comunicación persuasiva de los misioneros del Evangelio, pues sus contenidos y propuestas, arraigadas en Jesucristo, deben ser muy sólidas para este ser humano que han engendrado la urbe moderna y la sociedad actual.

No hay duda de que hoy en día misión significa abandono de la zona de confort de la pastoral. Con los muchos creyentes y participantes en la vida eclesial, tanto el misionero como el predicador podrían darse por satisfechos y no contemplar nuevos horizontes. Pero no es suficiente. La imagen del Evangelio de la oveja perdida, en este caso entendida como la oveja aún no atendida, se constituye en una buena provocación pastoral. Entonces, surgen preguntas: ¿Dónde encontrar al no creyente? ¿Cómo cautivarlo? ¿Qué le interesa en su vida interior? ¿De qué manera se le debe proponer el Evangelio? Incluso cabe pensar si los tradicionales espacios de misión y predicación usados por la Iglesia, esto es, parroquias, salones pastorales, sedes de movimientos, son los adecuados para este nuevo reto o, si más bien, hasta el lenguaje locativo debe cambiar en aras de una verdadera sintonía con quienes han sido ajenos a toda acción evangelizadora.

Y una reflexión más. Los misioneros y predicadores, también los catequistas, a veces los religiosos y religiosas, están agobiados por los quehaceres administrativos y financieros de sus propias instituciones eclesiales. Es una tarea que hay que cumplir y no cabe duda. Pero quizás es hora de repensar estos esquemas organizacionales para liberar toda esta fuerza evangelizadora y que otros asuman esas tareas de la administración, sin privar a la Iglesia de quienes han sido preparados para ser heraldos de Jesucristo. Porque en verdad la misión está requiriendo hoy también mucho más personal disponible ante el tamaño y la densidad de las ciudades. Y también el campo, donde distancias y tiempos son de magnitudes enormes. El Papa Francisco es el mejor ejemplo actual de cómo un misionero, con carisma e inteligencia, con don de gentes y claridad, puede llegar, sobre todo, a muchos que estaban alejados o eran indiferentes o no se hacían preguntas de orden espiritual. Que nadie diga que hacer misión es hoy una labor estéril.

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