Los futuros sacerdotes de la Iglesia
Pocas realidades de la Iglesia están sometidas hoy a tantas pruebas como el sacerdocio ministerial. Por una parte, los tiempos han cambiado radicalmente y con ellos las…
Por otra parte, la Iglesia está cargando todavía con el lastre de grandes errores cometidos por algunos de sus ministros sagrados (y a veces declaraciones muy ambiguas desde la Iglesia sobre estos errores), lo cual ha generado gran incertidumbre tanto en la misma Iglesia como en muchas de las comunidades orientadas por ella. Sin embargo, la esencia del sacerdocio sigue siendo inmutable en cuanto a su origen en el sacerdocio mismo de Cristo y como prolongación de su misma misión. Ministros de Dios al servicio de su Reino y de acuerdo con las orientaciones de la Iglesia, en cabeza del Romano Pontífice y del colegio episcopal.
Sin embargo, los retos son grandes en todo sentido para los futuros sacerdotes de la Iglesia. El primero quizás sea una identidad muy clara y arraigada en quien ha sido llamado por Dios a esta vocación. Hombre de Dios al servicio total de Dios en medio de los hombres. Si no se asume del todo esta condición, el sacerdocio corre el grande riesgo de convertirse en un simple empleo o en el desarrollo de una función burocrática o, lo peor, en una vida improductiva. De una identidad clara se deriva el segundo reto y es el de la misión. ¿Para qué existe el sacerdocio ordenado en la Iglesia? La respuesta no puede ser ninguna distinta a la de la extensión del Reino de Dios y esto se da a través de la predicación, la administración de los sacramentos, la promoción de la caridad y la oración. Los futuros sacerdotes deben conocer a fondo que esa es la misión y nada debe distraerlos ni quitarles las energías que esta tarea requiere. El tercer reto se relaciona con la forma en que hoy en día se debe desarrollar la misión. El nuevo sacerdote tiene que conocer muy bien al hombre y la mujer contemporáneos, al mundo y sus dinámicas, las necesidades más profundas de las personas. La anacronía ha perjudicado muchas veces el ejercicio sacerdotal.
Pero, en general, a los futuros sacerdotes de la Iglesia habrá que pedirles que se pongan del todo la camiseta de Jesucristo, el Buen Pastor y único salvador de los hombres. La sociedad contemporánea quiere saber qué hacen quienes la lideran, quiere sentir su empeño total en la misión, quiere ver las obras que mejoran la vida de las personas. Sería una verdadera bendición que los futuros sacerdotes de la Iglesia retomaran aquel espíritu emprendedor y profundamente apostólico que hizo que la Iglesia de anteriores generaciones marcara la vida de millones de personas sirviéndolas en la evangelización a través de parroquias, escuelas, colegios, universidades, centros de salud, orfanatos y ancianatos, pastoral carcelaria y muchos otros campos que eran impregnados de Cristo con verdadera pasión y entrega.
Por todo lo anterior parece claro que además de una sólida formación humana y teológica, académica y espiritual, el futuro sacerdote debe ser entrenado muy bien en cómo hacer eficaz y eficiente su servicio. ¿Cómo se evangeliza bien a los niños, cómo se llega a los jóvenes, cómo atender los matrimonios y las familias, cómo acompañar a la gente mayor, cómo servir a los más pobres y también a las clases dirigentes, cómo profetizar en medio de una sociedad llena de conflictos y dolores? Las respuestas no son fáciles de encontrar y tampoco pueden pecar de simplicidad. Aunque la expresión puede molestar a algunos, la verdad es que el sacerdote del futuro debe ser el mejor profesional en su oficio, no un mediocre y tampoco un chambón. Siempre será un buen punto de partida y de apoyo la vivencia profunda de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia; pero todo esto adquiere sentido si se tiene claro el ser y la misión de la vida sacerdotal. En todo esto cabe gran responsabilidad a los obispos y a las casas de formación. La Iglesia de nuestros días se juega en buena medida su futuro en el tipo de sacerdotes que vayan llegando a la brega diaria de la evangelización.
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