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Lo que está por venir

17 de junio de 2019

El futuro de la Iglesia tiene que situarse allí donde nadie quiere llegar con la misericordia, la caridad, la justicia
 
 

La frase es del Evangelio de San Juan, proclamado el día de la Santísima Trinidad. ¿En la Iglesia realmente sabemos lo que está por venir? ¿Pese a todos los signos de los tiempos, no se sigue anclados en un pasado que ya no quiere volver a florecer? ¿Tenemos tanto entusiasmo por el futuro como esa afición tan marcada por el pasado? Muchas de las enseñanzas y signos del Papa Francisco han sido un intento importante precisamente de que toda la Iglesia ponga su mirada en el presente y en el futuro. Una Iglesia en salida, una Iglesia con preocupación ecológica integral, una Iglesia que es capaz de reconocer las situaciones más apremiantes de las personas reales, son algunas de las grandes intuiciones del pontífice que apuntan a que nos preparemos debidamente para lo que está por venir. Pese a todo, la vida, los usos, las prioridades en buena parte del cuerpo eclesial parecen carecer de una perspectiva de futuro, con todo y que a la vista está una viña sin los mejores frutos que se quisiera obtener.

El futuro para la Iglesia, por ejemplo, a nivel de evangelización parece estar en los laicos. Un secreto a voces hoy en día es la caída vertiginosa de las vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa y por ende se apaga un motor potente de la evangelización tradicional. El futuro de la pastoral social ha de estar en los nuevos pobres que se llaman migrantes, expatriados. El futuro de la Iglesia tiene que situarse allí donde nadie quiere llegar con la misericordia, la caridad, la justicia. La profecía futura tiene que ser capaz de desacomodar a la misma Iglesia y situarla mucho más críticamente frente a la política, la economía, los sistemas de gobierno. El futuro de la acción espiritual de la Iglesia debe situarse con fuerza en medio de las grandes ciudades que se han convertido en desiertos inclementes para millones de personas. La misión pastoral tiene que ser capaz de situarse con capacidad de ser significativa en los ámbitos de la familia, los matrimonios, los jóvenes, pues hasta ahora estas acciones son muy limitadas. En fin, que la Iglesia siga siendo significativa, más que numerosa, como les dijo el papa Francisco recientemente a las religiosas, depende de su capacidad de tener una palabra y un gesto de valor importante para la humanidad que viene.

Pero siempre hay que hacer una anotación. Nada de lo anterior será posible sin hombres y mujeres de Iglesia con corazón y mente nuevos. Por una vez hay que preguntarse de nuevo cómo poner todo el andamiaje de la Iglesia - personas, recursos, bienes, planes- al servicio de lo que está por venir y no más para conservar un pasado que a ratos es más peso muerto que fuente de inspiración. Se requiere una gran sacudida, un gran acto de libertad interior y de confianza en Dios. Es importante que en la Iglesia se fomente más la creatividad pastoral, la renovación de su lenguaje y sus símbolos, la revitalización de sus celebraciones, el compromiso de lleno con las personas y con la sociedad. Es urgente unir fuerzas y esfuerzos para lograr resultados más acordes con el deseo de Jesucristo de que su Palabra sea predicada a todas las gentes y en todas partes y momentos. Y si alguien quiere pruebas de esta necesidad pues que mire con atención cómo se han ido secando iglesias locales enteras en Europa, Norteamérica y acaso también en América latina.

El papa emérito Benedicto XVI, entre sus muchas aseveraciones sabias, afirmó que instituciones como las conferencias episcopales han ido opacando el ministerio y por tanto la persona particular de cada obispo. Y quizás otras instituciones eclesiales pueden estar produciendo efectos similares. Los momentos más brillantes de la evangelización han sido el fruto de hombres y mujeres concretos que se han entregado de lleno a la tarea inspirada por el Espíritu Santo en unos tiempos y lugares concretos. Y eso es lo que hoy está haciendo falta. Personas llenas de Dios, convencidas del valor del Evangelio, preocupadas realmente por la suerte de la humanidad, que se lancen a nuevas acciones para que Jesucristo sea conocido, amado, seguido y adorado. Hay que desconfiar de tanta institución que anda por ahí consumiendo personas y recursos y hay que abrir campo para que los nuevos evangelizadores se lancen al futuro con la seguridad de que Dios los guía y la Iglesia los apoya y acompaña.

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