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Laicos en misión

30 de septiembre de 2019

Si en otros tiempos la misión se entendía como el ir a lugares distantes en busca de quien aún no conocía a Cristo, hoy todo ha cambiado y con frecuencia quien no conoce…

Llega el mes de octubre y el papa Francisco ha hecho un llamado a toda la Iglesia para que se realicen nuevas acciones de tipo misionero, es decir, se haga llegar el anuncio del Evangelio a las personas que no lo conocen y a los ambientes donde quizás no se ha escuchado todavía. Esta propuesta del Santo Padre es una invitación a que en todos los niveles de la Iglesia palpite el deseo de ser heraldos del Evangelio y se ponga por obra ahora mismo. Y encaja perfectamente dentro de su idea de convertir a la Iglesia en una comunidad en salida y que no se acomoda encerrada en sí misma, sino que una y otra vez se hace consciente de que su misión principal es evangelizar, anunciar, promover la oración, la misericordia y todo lo que hable de Dios a las personas.

Está claro que hoy en día, especialmente en los medios urbanos, los laicos tienen que asumir con todo entusiasmo la participación en la misión a partir de su condición de bautizados, que los hace profetas en medio de los demás. Cada laico, en su propio ámbito de vida, es ya una presencia de Dios. Y allí debe acentuar el anuncio de Jesucristo, la proclamación de la Palabra, la congregación para la oración, la promoción de la caridad y todo lo que permita que otras personas lleguen al conocimiento de Dios y se salven. Los laicos siempre deben tener claro que el evangelizar hace parte de su condición de miembros de la Iglesia y que, con toda seguridad, ya sea en la familia, en el barrio, en la empresa, en el colegio o la universidad, en los lugares de trabajo, en la función pública, en todas partes, siempre hay alguien ávido de Dios, aunque a veces también se encuentren personas que no muestren interés por la vida espiritual. Igual que en los tiempos de Jesús y de los apóstoles.

Insistamos con claridad qué acciones son propias de una labor misionera. La primera de todas, el despertar la conciencia de ser enviados por Dios y por su Iglesia. El misionero es felizmente alguien que se presta para la acción de Dios. Ya en la tarea, el misionero está llamado a presentar, antes que nada, la Palabra de Dios, para que sea escuchada, entendida y puesta en práctica. Este anuncio debe llevar a los oyentes a hacer más activa su propia conversión. El heraldo de Cristo buscará que los oyentes lo busquen también en la vida sacramental, para alimentar con la gracia de Dios la vida de cada uno. Impulsará también el misionero la caridad operada en nombre de Cristo, para que todo el que se sienta frágil, encuentre en los enviados del Señor, consuelo, fortaleza y solidaridad. Y procurará, quien hace la misión, que todo se desarrolle siempre en una atmósfera marcada por la oración que pone una y otra vez toda la obra en manos de Dios y que se alimenta allí mismo para que el anuncio sea hecho con fidelidad y una alegría verdaderamente atrayente.

Finalmente, el laico misionero puede realizar una acción personalizada muy interesante e importante. Si en otros tiempos la misión se entendía como el ir a lugares distantes en busca de quien aún no conocía a Cristo, hoy todo ha cambiado y con frecuencia quien no conoce al Salvador, suele estar muy cerca, acaso en la misma familia, en el mismo lugar de trabajo o estudio, en el mismo círculo social en que cada uno se desenvuelve en el día a día. Tal vez sea pertinente insistir en este aspecto: misión individualizada y con los más cercanos, por lo menos antes de emprender caminos en busca de conversiones en lugares distantes. Un trabajo con el más cercano puede ser un momento de oración, puede ser una lectura bíblica breve u otra lectura espiritual, puede ser una obra de misericordia, una visita a un enfermo, auxiliar un pobre. Muchas son las oportunidades para llevar a Cristo hoy, como siempre. Que toda la Iglesia se sienta invitada a salir a la misión y que efectivamente todos asuman la tarea. Esto traerá nuevos aires y bríos para el cuerpo místico de Cristo, cuyo servicio a la humanidad consiste precisamente en anunciarlo a Él.

 

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