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La vida como criterio central

22 de abril de 2019

Optar por la vida es inclinarse decididamente por la persona humana, igual que lo hizo Dios en Cristo, y si fuere necesario, dar la vida por ella. No se puede ser…

No pierden su brillo propio las celebraciones cristianas de la resurrección de Cristo. La luz que rompe la oscuridad, la Palabra que llena el universo, el agua que limpia y da vida, el pan que alimenta el alma, son los signos que llenaron los templos católicos en la celebración de la Pascua. La noticia extraordinaria de la resurrección de Cristo mueve a todos los creyentes a exaltar dentro de su Iglesia los signos que nos puedan hacer casi que visible este acontecimiento sin par. Sigue sucediendo, como a los apóstoles, que al comienzo la noticia de la resurrección, del triunfo definitivo de la vida sobre la muerte, genere dudas e incredulidad. Pero después, con el sepulcro vacío y, sobre todo con las apariciones del resucitado, el panorama se aclaró y vino, no solo una gran alegría, sino las ganas de contarle al mundo esta gran noticia, con palabras y con el testimonio de la vida. La noticia nueva y buena es que la vida ha triunfado.

Pero este triunfo requiere mucha fuerza, constancia y fe para sostenerlo. Aunque Cristo ya no muere más, buena parte de la humanidad es propensa a pensar que el imperio es el de la muerte. Y trabaja para él. Si no, que lo digan los miles de muertos que a diario caen sobre la tierra por la violencia, por el odio, por la guerra. Que lo digan quienes ven desaparecer su vida por el hambre, la falta de servicios de salud, el abandono del resto de la humanidad. Que lo griten los niños a quienes no se les permite terminar su gestación en el vientre materno o los enfermos que no llegan al final de la vida naturalmente, sino por intervención de una ciencia médica sin límites y claramente abusiva. Y así, se podría alargar la lista de quienes han optado por servir a la muerte y servirse de ella para establecer dominio sobre personas, comunidades y naciones. Pero entre más se sucede todo esto, más parece brillar la potencia y al mismo tiempo la fragilidad de la vida y que requiere del cuidado de todos.

La fe cristiana pasa momentos difíciles hoy en día, entre otras cosas, por la relativización del valor de la vida, la cual constituye el eje de su anuncio pascual. Tal vez no haya nadie que defienda el valor de la vida tan decidida y radicalmente como lo hace la Iglesia. Optar por la muerte es escoger un camino doloroso, pero fácil y siempre injusto. Optar por la vida es inclinarse decididamente por la persona humana, igual que lo hizo Dios en Cristo, y si fuere necesario, dar la vida por ella. No se puede ser discípulo de Cristo de otra manera. Tampoco se puede honrar la obra de Dios de forma diferente. Y si bien la vida abarca a toda la creación, no se debe perder de vista que la centralidad la ocupa la vida humana y que ningún otro ser puede ser puesto por delante pues se cometería una injusticia imperdonable: no hay animal, planta, bosque, glaciar, cuerpo de agua que pueda ser entronizado en lugar del hombre y la mujer. Todo ello existe para que estos conserven su vida dignamente.

Así, entonces, la celebración de la Pascua, el paso de la muerte a la vida, sucedido en Cristo, fija para la comunidad de sus discípulos el criterio de que la vida es el valor supremo y que todo debe estar supeditado a su cuidado y conservación. Y tampoco se debe perder de vista el alcance sobrenatural de la resurrección de Cristo. Por el bautismo el hombre queda vinculado a esta maravillosa suerte de su Redentor y en su horizonte se deja ver la eternidad. Pero es en la vida presente, siguiendo los pasos del mismo Cristo, que el ser humano se conduce a esa bienaventurada situación. No creemos en el valor absoluto de la vida solo para vivir en el mundo en estado de bienestar, sino con la esperanza de estar definitivamente con el Autor de la vida. La vida es una sola, y si bien hay que transitar las cañadas oscuras de la muerte al final de la peregrinación terrena, la fe cristiana nos invita a vivirla radicalmente como don de Dios, semilla de eternidad y única posibilidad de realización y plenitud. “Verdaderamente ha resucitado el Señor”.

 

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