La verdadera reconciliación
La nación colombiana, instrumentalizada por los políticos y grupos de presión, a veces respira una sensación de creciente tensión que en cualquier momento podría generar…
La nación colombiana no logra dar con la verdadera reconciliación. Algunos fusiles ya no disparan y los que los cargaban parecen ahora estar en un plan diferente a la guerra. Las víctimas, todas y no solo algunas seleccionadas con quien sabe qué criterio, siguen sin ver con claridad cómo es que les va a llegar la justicia para ponerse de parte de ellas y no de los agresores. Las comunidades locales en muchos lugares todavía viven con inquietud pues tampoco les ha quedado muy claro cómo es que van a ser protegidos en adelante de quienes se dedican al despojo y toda clase de violencias. La nación colombiana, instrumentalizada por los políticos y grupos de presión, a veces respira una sensación de creciente tensión que en cualquier momento podría generar nuevas e inéditas formas de guerra. En síntesis, los fusiles acallados no necesariamente indican que se esté dando la verdadera reconciliación.
La comunidad de los creyentes en Cristo tiene en esta Semana Santa la oportunidad, siempre nueva, de profundizar en un acto de verdadera reconciliación: la que ha ofrecido Dios en Cristo a toda la humanidad. De esta admirable obra divina se pueden aprender infinidad de lecciones sobre lo que constituye un verdadero acto de reconciliación. Lo primero es notar que la iniciativa es de Dios al ver al ser humano lejos de “la casa del Padre”. Reconciliarse es tomar la iniciativa para abrir nuevos caminos a quien se ha extraviado en el pecado, la injusticia, la violencia, el asesinato. Pero este ofrecimiento supone que quien busca reconciliación está también decidido a reconocer sus faltas y a obrar de una nueva manera que construya y no que destruya al prójimo. Y en este contexto es muy difícil que alguna persona de la sociedad colombiana se pueda sentir exenta de ofrecer el perdón, lo mismo que de pedirlo. Se ha deformado tanto la vida en Colombia que lo más sensato es que todos estemos en plan de verdadera reconciliación.
El llamado de Jesucristo, el gran reconciliador, es a abandonar toda clase de pecado. “Vete y en adelante no peques más”, fueron sus firmes y misericordiosas palabras a la pecadora pública. La verdadera reconciliación colombiana debería pasar casi que por un “credo” de lo que nunca más debería suceder: secuestro, asesinato, extorsión, toma de rehenes, atentados, despojo, destrucción de la naturaleza, etc. Ninguna enfermedad se cura si no se sabe cuál es su nombre exacto para poder atacarla eficazmente. Nuestra reconciliación ha de pasar por llamar las cosas por su nombre, aunque esto sea doloroso y produzca vergüenza, cosa que en este caso será hasta saludable. Pero no se puede dejar que los eufemismos disimulen el mal gigantesco que se ha hecho a tanta gente en Colombia para salvar así solo la parte política que quiere subir en las encuestas, aunque ha sido en vano.
Y la verdadera reconciliación también pasa por crearle ambiente desde todos los campos de la vida nacional. El Estado, la Iglesia, los organismos internacionales, las instituciones, los medios de comunicación y las redes sociales, la academia, las organizaciones no gubernamentales, etc, todos están llamados a unirse a la causa de una nación en paz, donde los seres humanos se puedan encontrar y construir juntos el nuevo país. Mientras continúe la acusación enconada de unos a otros, mientras la pasión y el fanatismo sean la regla, mientras las medias verdades y las mentiras perduren, todo lo que se pretenda como reconciliación no es más que una tregua que pronto volverá a dar campo a la violencia. No encontramos mejor modelo de acto reconciliatorio que el que señalamos antes en estas líneas: Dios enviando su Hijo al mundo, no para condenar, sino para que todos se conviertan y se salven. La verdadera reconciliación colombiana debe buscar que todos estemos a salvo de toda injusticia y violencia.
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