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La unión hace la fuerza, también en la Iglesia

19 de noviembre de 2018

Las circunstancias actuales de la evangelización están exigiendo que el cuerpo misionero sea robusto y visible, de lo contrario la metrópoli, la ciudad-región, lo…

No menos de oncemil personas se encontraron el pasado sábado 17 de noviembre de 2018 en el coliseo Movistar Arena de Bogotá, convocados por la Arquidiócesis de Bogotá, para realizar una gran asamblea de esta iglesia particular. Presidió el encuentro el Arzobispo Primado, cardenal Rubén Salazar Gómez, y lo acompañaron sus obispos auxiliares, sus vicarios episcopales y buena parte del clero diocesano y religioso y una verdadera multitud de laicos, que podemos llamar sin ambages comprometidos. El ambiente fue festivo, optimista, lleno de fraternidad. La metodología de este encuentro, de casi siete horas de duración, incluyó predicaciones, testimonios, teatro, música, celebración eucarística. La organización fue realmente impecable, el ritmo del encuentro fue intenso y conmovedor, la respuesta de los asistentes fue elocuente, el escenario muy apropiado para una iglesia decidida a salir con nuevos lenguajes a la evangelización de la ciudad.

Aunque todavía es temprano para sacar conclusiones acerca del provecho de esta tercera asamblea de la Arquidiócesis de Bogotá, es posible comenzar a hacer una lectura del acontecimiento. Y tal vez deba decirse en primer lugar que la unión hace la fuerza y esto vale también para nuestra iglesia de Bogotá. Las circunstancias actuales de la evangelización están exigiendo que el cuerpo misionero sea robusto y visible, de lo contrario la metrópoli, la ciudad-región, lo descarta o diluye. Y fue precisamente lo que se pudo ver en esta asamblea. Un cuerpo amplio de personas comprometidas, laicos y consagrados, gente joven y gente mayor, clero diocesano y clero religioso, movimientos apostólicos y parroquias, vicarías y curia, todos formando un solo cuerpo. Es preciso conservar, fortalecer y estimular la acción conjunta de todas estas personas e instituciones, para que el anuncio de Cristo y su Evangelio llegue hasta lo más recóndito de la ciudad y los municipios rurales que comprenden la Arquidiócesis de Bogotá. Y, con el tiempo se hará necesaria una mayor unión con las tres diócesis urbanas –Engativá, Fontibón, Soacha- para que el anuncio de los misioneros tenga aún más fuerza.

En segundo lugar, sobre todo desde el nivel central de la Arquidiócesis, debe continuar la labor ya iniciada de formar, preparar, estimular, acompañar a tantas y tantas personas que están dispuestas a comprometerse en la evangelización de la ciudad. Esto tiende a aparecer como el gran reto del núcleo de la iglesia en Bogotá: formar a sus evangelizadores a fondo, incluso pensando en la posibilidad de profesionalizarlos de modo que estén dedicados a esta labor y hasta puedan subsistir realizando la misión. Desde hace ya un buen tiempo los laicos han venido demostrando cuánto pueden hacer en este nivel y el cariño y la dedicación con que se entregan a Dios cuando se les da la oportunidad. Y esta sólida preparación para la misión de los laicos, permitirá también revisar del todo la vida y misión de los obispos, sacerdotes y diáconos, hoy en día ocupados en mil tareas, casi hasta la dispersión. Un laicado formado, comprometido y actuando a fondo en la evangelización, dará lugar a un clero dedicado más y más a su tarea propia y con más posibilidades de fortalecerse espiritualmente.

Y, en tercer lugar, podría decirse que el éxito de la tercera asamblea arquidiocesana radicó también en el nuevo lenguaje de la congregación. El hombre y la mujer de nuestro tiempo y de nuestra ciudad funcionan en claves emotivas, festivas, de sentimientos de fraternidad, de solidaridad y de todo aquello que les permita expresar sus más profundos sentimientos. Esto es un poco nuevo para los evangelizadores de viejo cuño, tan aferrados a la palabra discursiva, al rito formal, a la palabra pronunciada verticalmente. Los tiempos han cambiado. Y es preciso aprender estos nuevos lenguajes para poder llevar el único mensaje de Cristo. Todavía hay mucha resistencia y es preciso seguir insistiendo para que se dé un buen encuentro entre los modos tradicionales de evangelización y las nuevas formas de ser del hombre contemporáneo. Si se estudia con cuidado cómo llevar al encuentro la tradición viva y los modos de ser de hoy, seguramente el Evangelio seguirá arraigando en el corazón de muchas personas.

En principio, pues, podemos decir que la tercera asamblea de la arquidiócesis de Bogotá respondió con creces a las expectativas de todos los participantes. Dejó en claro que Bogotá tiene una iglesia viva y comprometida. Mostró que unidos se pueden pensar muchos proyectos eficaces. Fue un acontecimiento que en términos generales concluye un año de evangelización y pastoral marcado por el optimismo y el deseo de renovación. El nuevo rumbo empieza a tomar forma.

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