La única dirección correcta
La única dirección correcta es el respeto, la protección y la promoción de todas las personas que hacen parte de la Iglesia o que se relacionan con ella en todas sus…
Recientemente, en la arquidiócesis de Bogotá, el arzobispo primado, cardenal Rubén Salazar y su obispo auxiliar, monseñor Luis Manuel Alí, se han referido al tema de la protección y buen trato de los menores en los ambientes eclesiales. Ambos prelados han reiterado el rechazo a cualquier modo de mal trato, abuso o violencia contra los niños y las niñas, lo mismo que contra los adolescentes y personas vulnerables en los diversos ambientes eclesiales. Igualmente, han anunciado que se ha trazado toda una ruta para afrontar con prontitud y justicia lo que en este delicado tema se pueda presentar. El tema, dados los hechos conocidos por la opinión pública, en buena parte de las diócesis católicas especialmente en occidente, ha entrado a formar parte de las acciones prioritarias en toda la Iglesia y concretamente en la arquidiócesis de Bogotá.
El largo camino recorrido a través de esta crisis eclesial, ha dejado enseñanzas muy dolorosas, pero muy necesarias. La primera ha sido, sin duda, que, como lo señaló monseñor Alí, en entrevista al diario El Tiempo, no tratar de tapar el sol con las manos. La Iglesia reconoce hoy que sí ha habido inmensas fallas en el tema de los abusos en todo sentido y que el primer paso para superar esta crisis es reconocer lo que ha sucedido. La segunda enseñanza tiene que ver con darle a las víctimas todo el espacio necesario para hacerse oír, para recibir apoyo y para acompañarlas en su recuperación en todo sentido. La tercera enseñanza es que quienes han incurrido en este tipo de actuaciones y que puedan tener carácter de delitos, deben responder tanto ante la Iglesia como ante la autoridad civil. No hay lugar a ocultamientos ni encubrimientos. Y la cuarta enseñanza es que se hace necesario revisar, y de hecho así está sucediendo, toda la estructura de la Iglesia para que favorezca en todo momento y circunstancia el buen trato a todas las personas, la seguridad de su integridad física y moral y evitar al máximo todo riesgo para cuantos entran en contacto con ella, sus ministros y grupos de diversa índole.
La única dirección correcta es, entonces, el respeto, la protección y la promoción de todas las personas que hacen parte de la Iglesia o que se relacionan con ella en todas sus instancias. Por ningún motivo se deben admitir actuaciones contrarias y cuando se den no pueden ser subestimadas en su gravedad. Esto implica que la Iglesia debe ser cada vez más exigente en la calidad humana, espiritual y moral de quienes actúan en su nombre, de quienes regentan sus instituciones y de quienes trabajan en ella. Siendo una institución tan grande y con tantas personas a bordo, se requieren unos códigos de ética y comportamiento claramente definidos y recordados periódicamente, además de una formación verdaderamente cristiana que haga del servidor eclesial una persona absolutamente confiable y respetuosa.
Quienes realizan labores en la Iglesia, obispos, sacerdotes, diáconos, empleados de sus instituciones, catequistas, profesores de religión, etc, todos sin excepción están llamados a asumir con toda la altura su responsabilidad ante las personas a ellos confiadas. E, igualmente, a responder por todos sus actos, especialmente cuando se incurre en conductas reprochables desde todo punto de vista. La Iglesia siempre ha pedido a sus ministros y colaboradores, ir a evangelizar, a practicar la caridad, a llevar la Palabra de Dios, a promover la vida y dignidad de las personas. Ese mandato ha sido siempre claro. Quien haga cosas diferentes y aún delictuosas debe responder ante Dios y los hombres. La única dirección correcta dentro de la Iglesia es actuar conforme a la voluntad bondadosa de Dios para favorecer en todo a las personas que son sus hijos e hijas. Y cuando se abandonan estos derroteros, la única dirección correcta es prender todas las alarmas y proceder con la justicia como única herramienta que protege a todos.
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