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La Iglesia y la transformación de Bogotá

25 de febrero de 2019

La nueva ciudad que viene pareciera estar llamando a los evangelizadores a tener la misma libertad y el mismo ánimo caminante de la Iglesia que nació en los Evangelios y…

Contra viento y marea están avanzando a nivel gubernamental los planes de transformación radical de la ciudad de Bogotá. El alcalde de la capital lo ha manifestado en recientes entrevistas y artículos suyos: los cambios que sentirá en los próximos años no tienen reversa. Los énfasis: ciudad más verde, mejor movilidad, con mejor medio ambiente, totalmente escolarizada, con mayor espacio público, más integrada internamente, con servicios de salud al alcance de todos, con superabundante vida en torno a lo cultural y hasta con centros de felicidad. Todo esto, paulatinamente, irá generando una nueva forma de ser ciudadano y unas nuevas formas de relación con el entorno, con las instituciones y sin duda, un empoderamiento del ciudadano frente a la misma ciudad.

Esta dinámica de la ciudad, que será esencialmente de renovación, merece una reflexión desde el seno de la Iglesia que realiza la evangelización en Bogotá. Y la clave está precisamente en el concepto de renovación. Para una institución y una comunidad de tan vieja data en Bogotá como la Iglesia católica, la renovación no siempre es fácil ni rápida. Pero hay vientos de que sí es posible realizarla. En efecto, son ya varias las iniciativas que desde la nueva planeación evangelizadora se han puesto en marcha y se espera que tengan buena acogida. Los cambios que se requieren lo tocan todo: el lenguaje, los modos de relación con las personas, la adaptación a los nuevos ritmos de la vida urbana que, por lo demás, nunca se detiene. Tienen que ver con lo arquitectónico, con el espacio físico que ocupan las sedes eclesiales y su relación con el entorno en todo sentido. Sin duda, parece que las características de la vida urbana transformada, requerirá el saber estar en medio de la diversidad, conviviendo culto, recreación, festivales, economía naranja, etc.

Aunque en principio lo anterior parece una realidad difícil de asumir para la Iglesia, en últimas lo que en realidad puede suceder es que motive a los evangelizadores a llevar a cabo el sueño actual: salir a anunciar, hacer presencia en todos los ámbitos posibles, compartir sus expresiones con tantas otras que se dan en la ciudad. Estos cambios que quieren generar una ciudad más dinámica e integrada pueden ser una ocasión de oro para que la Iglesia, con sus agentes de pastoral, con sus recursos y sus instalaciones se inserte una vez más y con mayor decisión en la vida urbana del siglo XXI. Puede ser momento para derribar los muros con que se han rodeado tantas instalaciones eclesiásticas –vgr. Nunciatura, Conferencia Episcopal, colegios- y que dan la impresión de una institución atrincherada más que en contacto con la comunidad que debe ser el objetivo de toda su tarea. La nueva ciudad que viene pareciera estar llamando a los evangelizadores a tener la misma libertad y el mismo ánimo caminante de la Iglesia que nació en los Evangelios y en los Hechos de los Apóstoles.

En todo este panorama que ya asoma, quizás lo fundamental para la arquidiócesis de Bogotá y para las diócesis urbanas, e incluso para las diócesis sufragáneas, sea el contar con personas, tanto en los pastores como en los laicos, que entiendan de verdad la nueva realidad. Y que con ello se relacionen con la ciudad de forma proactiva y optimista. Los rectores de los seminarios deben entender que en la formación de los nuevos sacerdotes esté tener claras las nuevas dinámicas de la ciudad y de sus gentes, ha de ser clave a la hora de definir planes y prácticas. Y también los movimientos apostólicos laicales: hay que abandonar un cierto intimismo que marca a muchos de ellos y hacerlos girar hacia la misión de ir a las gentes a predicar el evangelio. Y, como sucede siempre en las épocas de grandes cambios, será necesario reflexionar acerca de usos, costumbres, prácticas que ya no dicen nada al hombre y a la mujer del siglo presente. Y que tampoco gozan del entusiasmo de los mismos evangelizadores. Viene, pues, una ciudad nueva, un ciudadano nuevo. Se requiere una Iglesia nueva en lo pastoral, en lo evangelizador y en su modo de situarse en la urbe.

 

Imagen: Expansión 

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