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La Iglesia y Bogotá

26 de agosto de 2019

La Iglesia conoce perfectamente la capital, quizás mejor que nadie. Sus agentes evangelizadores, sus instituciones, sus acciones se desarrollan en cada barrio y…

Sería un error inmenso que la Iglesia católica que está en Bogotá no se pronunciara con firmeza y claridad sobre el futuro de la capital de Colombia en el momento en que se desarrollan las campañas para que los ciudadanos escojan su nuevo alcalde. El arzobispo de la Arquidiócesis de Bogotá, que abarca más o menos desde los cerros orientales hasta la avenida-carrera 68, se ha pronunciado categóricamente sobre lo que hay y lo que viene. Ha dicho, en entrevista reciente al diario El Nuevo Siglo, lo siguiente: “Bogotá no es una ciudad terminada … por el contrario, es una ciudad que todos los días tiene que hacerse de nuevo, primero corrigiendo errores del pasado, que han sido garrafales, y segundo creando posibilidades de un futuro mejor”. Respecto al futuro de la ciudad, afirmó el Prelado: “Yo creo que una política de arrasar lo que hay para construir desde cero es imposible”. Más claro, imposible.

En efecto, la Iglesia católica en Bogotá, a través de las cuatro jurisdicciones eclesiásticas con las cuales hace presencia en la ciudad, tiene una mirada que bien vale la pena tener en cuenta. La Iglesia conoce perfectamente la capital, quizás mejor que nadie. Sus agentes evangelizadores, sus instituciones, sus acciones se desarrollan en cada barrio y localidad. En muchos sectores, antes de que llegue cualquier autoridad o institución, suele hacer presencia la Iglesia de alguna manera. Los oídos de la Iglesia recogen absolutamente todos los días el pensamiento y los sentimientos de los ciudadanos. Conocen de la gratitud de ellos con los progresos grandes que ha tenido la capital en aspectos como la atención en salud, la cobertura educativa, la acogida a los habitantes de la calle, el embellecimiento de los parques y barrios, etc. Y sabe también de la tragedia del desempleo y la pobreza, del caos de la movilidad y la inhumanidad del transporte masivo, del despilfarro de recursos en campañas innecesarias, de la encrucijada en que viven vendedores ambulantes y estacionarios y los miles de migrantes que deambulan por las calles. Ninguna realidad de estas, positivas y negativas, es ajena a la Iglesia: ella las vive a diario como que los católicos son la inmensa mayoría de sus ciudadanos.

Por eso es importante, como ya lo insinúa el cardenal Salazar Gómez, valorar los logros obtenidos en el gobierno de la ciudad y apoyar todo lo que se pueda. Señalar, no con ánimo destructivo, las falencias que afectan al ciudadano del común en los aspectos que todavía no encuentran verdadera solución. Recordar a los futuros gobernantes que es muy importante escuchar a los ciudadanos en sus inquietudes y sugerencias de gobierno. La actual administración distrital se ha ido encerrando en una especie de fortaleza con muy poco contacto real con el sentir de las personas y empecinada en proyectos ideados puertas adentro. En las democracias el gobernante debe ser capaz de escuchar, aunque eso implique el riesgo de que sus ideas y proyectos sean relativizados, cuestionados, pero quizás también fortalecidos con la voz de la comunidad. El gobierno de una ciudad no puede limitarse a las ideas de una persona solamente. Debe ser la ejecución de lo que la voluntad popular manifiesta como necesidades y prioridades.

La Iglesia católica, cada una de las diócesis urbanas en particular y las cuatro en armonía, tiene la tarea de afinar cada vez más sus sentidos para saber cómo potenciar su presencia en aras de contribuir a la construcción de una ciudad y una ciudadanía en mejores condiciones. La atención pastoral de las personas en forma individual y comunitaria, la obra educativa, la acción con los migrantes, la asistencia a los desplazados, la solidaridad con los más pobres y vulnerables, los servicios de salud, son algunos de los campos en los cuales la Iglesia se desempeña muy activamente en la ciudad. Hay que seguir pensando cómo potenciar estos servicios pues las necesidades de la comunidad humana de Bogotá crecen sin cesar. No se trata de pedir que el gobierno distrital todo lo solucione, sino también de contribuir activamente con los recursos que se tienen. Pero también se trata de ayudar a los candidatos a la alcaldía de Bogotá a ver el panorama completo, más allá de sus propias ideologías, para que quien gane la contienda electoral pueda ser el mejor gobernante posible. Y que sepa que la Iglesia católica quiere ayudar con obras concretas a construir ciudad.

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