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La hora de los jóvenes

8 de abril de 2019

En la arquidiócesis de Bogotá hay un gran interés, acentuado por la reciente jornada mundial en Panamá, de darle mayor impulso a la pastoral con los jóvenes. La razón…

“Vive Cristo”, es el nombre de la exhortación apostólica que el papa Francisco acaba de entregar a la Iglesia, después del sínodo dedicado a los jóvenes. Con este documento el romano pontífice le da todo el realce a este grupo humano, no solo en el ámbito eclesial, sino en la misma sociedad, para que sea mirado integralmente y con toda la seriedad que se merece. Este documento tiene como valor especial el que en sus argumentos de base se oye claramente la voz que los mismos jóvenes expresaron en el sínodo. Por decirlo de otra manera, fue construido de abajo hacia arriba, o también, desde el pueblo de Dios hacia los pastores y no al contrario como suelen confeccionarse estas reflexiones en la Iglesia. Tiene nueve capítulos y en la edición de San Pablo una extensión de 185 páginas.

La Iglesia católica siempre ha tenido una especial predilección por los jóvenes y las iniciativas hacia ellos han sido innumerables. Desde las pequeñas del ámbito local, hasta las gigantescas congregaciones de las jornadas mundiales presididas por los pontífices. Al menos en el mundo occidental es muy posible que todos los jóvenes se encuentren en el camino con la Iglesia, bien sea por sus propuestas sacramentales, de formación en la fe, por las iniciativas de caridad y solidaridad, por los ejercicios espirituales y de oración, por las instituciones educativas y otras más. Sin embargo, el documento del papa Francisco pone sobre la mesa dos preocupaciones, una universal y otra de la Iglesia. La universal tiene que ver con el estado de la juventud actualmente y que está llena de luces y de sombras. La de la Iglesia, se refiere a la tensión que hoy se da entre ella y los jóvenes y que no siempre se resuelve favorablemente hacia la misma Iglesia.

Como era de esperarse después del sínodo, la mirada de la Iglesia sobre los jóvenes tiene varios propósitos. El primero, darles identidad propia en la sociedad y en la Iglesia. No son simplemente un mañana, son el hoy de ellos, de la sociedad y de la Iglesia. El segundo, reconciliar la Iglesia con el ser de los jóvenes, dirigiendo hacia ellos una mirada positiva, esperanzadora, de animación, dejando de lado la tendencia a ver en ellos solo defectos e imperfecciones, recalcados a menudo con insistencia casi que obsesiva. El tercer propósito, de gran importancia, es buscar la manera de darles todo el protagonismo que se merecen dentro de la Iglesia para que esta misma acción resulte ser la renovación del cuerpo eclesial. La Iglesia, no obstante ser mirada hoy con severidad crítica por muchos jóvenes, no solo acepta esta mirada de interrogación, sino que persiste en pensar que en ellos puede encontrar la renovación que hoy tanto se le pide y necesita. Si Iglesia y jóvenes logran conservar un diálogo abierto y sincero, ambas partes recogerán frutos muy buenos.

En la arquidiócesis de Bogotá hay un gran interés, acentuado por la reciente jornada mundial en Panamá, de darle mayor impulso a la pastoral con los jóvenes. La razón está a la vista: esta ciudad está repleta de gente joven y la pastoral tiene el dato sobre sus mesas de trabajo. Sin embargo, el alcance de las acciones evangelizadoras hoy en día sobre los jóvenes en Bogotá es un tanto limitada y esto por varias razones. Pero las acciones que existen demuestran que, si se desarrolla con inteligencia y creatividad la pastoral juvenil, es posible llegar a los jóvenes en forma fructífera. La Iglesia en Bogotá está en capacidad de ofrecer a la población juvenil comunidades de encuentro, grupos de oración, iniciativas por los más pobres, educación, escucha y tantas otras cosas que están pidiendo los jóvenes. Hay que hacerlo pues es una obligación pastoral inaplazable. Queda el reto de llegar cada vez a un número mayor de jóvenes y sobre todo de evangelizarlos en profundidad para que sientan, como lo quiere el santo padre, que Cristo vive, en ellos y en la Iglesia.

 

Imagen: zonaj

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