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La aplanadora de seres humanos

6 de noviembre de 2018

La conexión de la Iglesia que evangeliza con las sociedades actuales será mejor y mayor si es capaz de situarse en medio de estas realidades tan complejas que están…

¡Qué reto tan grande, casi imposible de aceptar, el que aparece detrás de este sistema de vida (o mejor, de muerte), para todo el que esté convencido del valor absoluto de la vida humana, de su dignidad, de su inviolabilidad! Y el reto es todavía mayor cuando muchas de las fuerzas vivas de la sociedad, entre ellas el Estado, se muestran, o favorables a toda esa ideología destructora o muy débiles en su oposición. Y se hace aún más difícil cuando ya se oyen voces que condenan con firmeza la defensa de la vida como valor absoluto, la oposición al consumo de drogas alucinógenas, la limitación en el consumo del alcohol, etc. Quienes creemos con firmeza en que la suprema obra de Dios, el ser humano, debe ser siempre respetada y protegida y sus enemigos mantenidos a raya, nos vemos abocados cada día con más claridad a una lucha que quizás hasta el martirio exigirá. Y, sin embargo, especialmente el cristiano, no puede dejar de ser nunca solidario con los hombres y mujeres de cada tiempo, para que conserven su vida, para que les sea respetada y para advertirles de los peligros que la acechan a diario.

La evangelización de cada época debe ser capaz de encarnarse en las realidades concretas que en ella se dan. El papa Francisco, por ejemplo, ha querido ser un sembrador del Evangelio en las dramáticas situaciones de los migrantes, quizás como lo fue San Pedro Claver en su tiempo en Cartagena de Indias. La conexión de la Iglesia que evangeliza con las sociedades actuales será mejor y mayor si es capaz de situarse en medio de estas realidades tan complejas que están llevando multitudes enteras a quebrar su propia existencia en todo sentido, incluso hasta su aniquilación. Ciertamente no existen solo situaciones problemáticas, pero los pobres de nuestro tiempo son, en gran medida, los que están siendo esclavizados por estas ideologías que se ceban a costa de la vida, la degradación y la muerte de muchas personas. No puede de ninguna manera el heraldo de Cristo dejar de fijarse en este nuevo “paralítico” que clama auxilio a la vera del camino de la vida.

A nivel de la Iglesia, de cada diócesis en particular, es urgente que se tome conciencia clara de la realidad aplastante que amenaza a nuestras comunidades. Y desde esa toma de conciencia emprender acciones para que, fortaleciendo personas, familias, matrimonios, pequeñas comunidades, la fuerza de esta ideología destructora no entre allí. Y para ofrecer alternativas a quienes ya han sido tocados por esos y otros males que han creado la esclavitud de nuestro siglo. Prevenir a unos, curar a otros. Lo más seguro es que detrás de quienes están hoy en las redes de muerte hay situaciones muy complejas de soledad, rupturas de familias, falta de sentido existencial, pobreza o exceso de bienestar, nula vida espiritual. En esos desiertos de vida suele crecer bien el Evangelio cuando es llevado con el abono de la misericordia y la fidelidad a Dios. Para el evangelizador actual, la situación de degradación que tiende a generalizarse, es un llamado a desacomodarse, dejar las 99 ovejas que gozan de cabal salud y emprender el camino hacia el follaje donde una se ha extraviado y no encuentra el camino del retorno.

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