Inhumano
En Colombia, es necesario decirlo, existen todavía demasiadas personas que tienen fincadas sus esperanzas para el logro de sus objetivos en la violencia y el asesinato
El papa Francisco, al referirse al atentado terrorista cometido en Bogotá la semana pasada y en el cual murieron decenas de jóvenes, lo calificó de “inhumano”. “La muerte, la violencia y el terror, nunca pueden ser semilla de justicia y de paz”, expresó, por su parte, el cardenal Rubén Salazar, arzobispo de Bogotá y primado de Colombia. “Nos tenemos que oponer con decisión y valentía a este atentado demencial, a todo asesinato y a todo acto de violencia, que solo engendran más violencia y destrucción”, afirmaron desde la Conferencia Episcopal de Colombia los obispos colombianos. Este es el pensamiento claro de la Iglesia católica, no solo ante un acto tan cruel y cobarde, sino ante todo uso de la violencia para destruir vidas humanas, con cualquier pretexto, sea este político, social, económico y aún personal. La Iglesia reitera, inspirada en las enseñanzas del Evangelio, que la violencia no solo no es el camino de ninguna actuación verdaderamente humana, sino que lo único que siembra es más violencia.
Para desgracia de la nación colombiana, no ha llegado aún el día en que se pueda bajar la guardia frente a los que creen que matar es el camino para lograr sus fines. Y sigue habiendo muchas personas y grupos que, con una obstinación enfermiza, tienen en el asesinato su método de acción habitual. Se agrupan en torno a diferentes “causas”: el narcotráfico, la minería ilegal, la subversión política, el contrabando y muchas más. Infortunadamente la sociedad colombiana y el Estado representado en el gobierno de turno, más rápido de lo que conviene, entran a veces en una especie de adormecimiento que los hace pensar que los criminales quizás ya no son tan malos, que se han convertido en seres pacíficos de la noche a la mañana, y esto se traduce en oportunidades para que siembren más terror y muerte. En Colombia, es necesario decirlo, existen todavía demasiadas personas que tienen fincadas sus esperanzas para el logro de sus objetivos en la violencia y el asesinato. Ni la sociedad ni el Estado pueden confiarse ingenuamente en que las cosas son de otra manera porque estos excesos de confianza se han convertido en oportunidad para los asesinos.
Además de las condenas de los actos terroristas, la sociedad entera está llamada a unirse una vez más como un solo cuerpo para repudiar la guerra que se le quiere imponer. Pero estas guerras y estas acciones están inspiradas en el odio que tantos han sembrado y siguen sembrando. Son fruto de personas llenas de desequilibrios que creen ser iluminadas y llamadas a implantar un orden de cosas que nadie está pidiendo. Hacen parte de unas personas y grupos que se niegan a incorporarse a una sociedad civilista y democrática y aportar con sus ideas y trabajo, y solo quieren dar muestras de algún poder para hacerse con las riendas del Estado. Enceguecidas por doctrinas que la mayor parte de la humanidad ya superó, quieren devolver la historia a estadios que nunca fueron de bienestar para nadie, sino que engendraron sistemas políticos que llevaron al hambre y a la muerte de millones de personas, como sucede todavía no lejos de Colombia en varias naciones, de cuya amistad no sabemos por qué no nos hemos apartado.
El gobierno actual de Colombia ha recibido su bautismo de sangre, infortunadamente. En las últimas décadas ningún gobierno ha dejado de ser signado de esta manera. Quiere esto decir que, aunque se quisiera enfatizar otros aspectos de la obra gubernamental, el de la seguridad tiene que seguir siendo prioritario porque, ya lo dijimos, los asesinos (la palabra violentos es demasiado elegante para quienes masacran a sus hermanos) siguen empeñados en sus acciones criminales. Dentro de la Constitución y las leyes de la República, el Estado y el gobierno actual tienen, no solo el deber, sino también las herramientas para salvaguardar efectivamente la vida de todos los colombianos. En Colombia sigue teniendo mucha fuerza lo inhumano, como lo ha dicho el Papa Francisco. También la violencia, el terror y la muerte, lo demencial, como lo han dicho nuestros obispos. No es hora de bajar la guardia, de excesos de confianza, de ser crédulos, de creer en el exceso de palabras bien sean dichas o escritas. Estado, gobierno y sociedad, como un todo, tienen que pararse firmes ante quienes nos quieren subyugar. Si queremos, no les será posible.
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