Iglesia y tensión social
Sería una total irresponsabilidad que la Iglesia promoviera cualquier idea o acción que pudiera terminar en violencia, en odio o en exterminio. Es una lección aprendida…
Cuando las sociedades, en la que se encuentra realizando su misión la Iglesia, entran en conflictos y tensión, surge de inmediato la pregunta sobre la actitud que debe asumir la misma Iglesia. Unos sugieren sin pensarlo mucho que debe comportarse políticamente, como si fuera un partido. Otros, en el extremo opuesto, quisieran una institución que por ningún motivo hiciera contacto con tales conflictos y tensiones. Pero ni la Iglesia es un partido político ni tampoco está conformada por ángeles ajenos al devenir humano. Por lo general, la Iglesia, a través de sus pastores y del laicado comprometido, trata de asumir una posición promotora del diálogo, del encuentro, de defensa de la libertad y del respeto a todas las personas. Posición nada fácil de sostener cuando las comunidades humanas están exacerbadas en sus ánimos, cuando las injusticias brotan por sí solas, cuando las fuerzas vivas de la sociedad desean choque y confrontación.
En general es muy fácil y cómodo llamar a la confrontación y aun a la violencia cuando no se está en el terreno de los hechos. Se puede presumir de valiente desde lejos o incitando a que otros tomen las armas o disparen las revoluciones. Cosa muy diferente es estar situado en la realidad concreta donde hay tensión y donde el conflicto amenaza con estallar. Y la Iglesia habla generalmente desde el mismo lugar de las tensiones. No es una institución ni una comunidad extraña, sino que hace parte de sociedades concretas y puede valorar justamente lo que se presenta. Y la Iglesia tiene como herramientas y cree firmemente en ellas, el diálogo, la palabra mesurada, la capacidad de convocar, la mediación. Y ojalá las partes en confrontación supieran valorar estas herramientas para que no se obligue nunca a la población a tomar armas, a destruir sus vidas y bienes, a generar enemistades que van de generación en generación. Sería una total irresponsabilidad que la Iglesia promoviera cualquier idea o acción que pudiera terminar en violencia, en odio o en exterminio. Es una lección aprendida después de muchos siglos de historia.
El carácter pacífico de la Iglesia es una fuerza que puede ser aprovechada en todo momento y lugar. Y así ha sido en muchos casos. Son innumerables los conflictos que han encontrado solución bajo el amparo del sumo pontífice, cualquiera este sea. Los obispos y las conferencias episcopales se prestan casi que a diario para distensionar y solucionar problemas en sus regiones y países. Con desconocida frecuencia los sacerdotes realizan mediaciones que evitan que las comunidades locales se destruyan entre sí y por los motivos más diversos. Para algunos, estas actitudes de la Iglesia significan falta de valentía; para otros, condescendencia; para unos, tibieza. En realidad, se trata de buscar puntos de encuentro, de tender puentes y no muros, como lo ha dicho el papa Francisco ahora en Panamá. Y no son raras las ocasiones en que los ministros de la Iglesia terminan o desterrados o acallados y a veces muertos por no prestarse para intereses particulares u oscuros que con tanta frecuencia se mueven en los conflictos.
En las circunstancias actuales la Iglesia sigue prestándose para tender esos puentes en los lugares más variados del planeta: África, Suramérica y Norteamérica; en nuestra nación en regiones de conflictos graves como el Catatumbo o el Chocó o Nariño. En nuestra región, en Venezuela muy concretamente. No es fácil por el alto nivel de pasión y enceguecimiento que caracteriza generalmente a las partes en conflicto. Pero la Iglesia no puede quedarse cruzada de brazos cuando crecen las dinámicas de la destrucción, del odio, del arrasamiento. El Evangelio le exige trabajar por la paz, y la paz para todos. Y ahí está otra clave de su misión: trabajar para el bien de todos y no de unos cuantos, que es lo que a veces se quiere lograr a través de la violencia y la confrontación. Todos los miembros de la Iglesia deben estar seguros de que su institución trabaja arduamente por el encuentro pacífico de las personas en todas partes. Esta tarea se hace en silencio, discretamente y con mucha convicción. Obligación de todos cristiano es orar para que cada esfuerzo pueda recoger los buenos frutos de la paz y la concordia.
Imagen: Eluniversal
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