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Iglesia al día

8 de julio de 2019

Estas reuniones de los jerarcas eclesiásticos suelen tener un tono sereno, un análisis ponderado de los temas propuestos y un sincero deseo de decir una palabra de…

Ha concluido la asamblea de los obispos católicos de Colombia. Un ejercicio de encuentro, comunión, reflexión y proyección. Casi un centenar de prelados que se sitúan en todos los rincones del país compartieron su visión de nación, de Iglesia, de ministerio. Estas reuniones de los jerarcas eclesiásticos suelen tener un tono sereno, un análisis ponderado de los temas propuestos y un sincero deseo de decir una palabra de aliento y esperanza para el país y para la Iglesia que peregrina en Colombia. Sigue siendo la Conferencia Episcopal de Colombia un referente para quien quiera tener una mirada profunda, equilibrada, propositiva de nuestra nación. Desde hace ya varias décadas la Iglesia en Colombia se ha convertido en una institución y comunidad que hace de puente para tantas situaciones y personas que por desgracia viven más en desencuentros tensos que en realidades de construcción común del país deseado.

Este año, entre otros temas, los obispos se detuvieron a estudiar algunos como el de la economía y el bien común; la reforma agraria; el fenómeno de la inmigración de ciudadanos venezolanos a Colombia; los avances en la implementación de todos los mecanismos necesarios para la protección de los menores de edad en los entornos eclesiales, lo mismo que los procedimientos para cuando se presentan estas dolorosas situaciones. Ningún tema fácil ni abarcable del todo en una semana de trabajo. Pero la asamblea les permite a los prelados ilustrarse en forma integral acerca de muchas realidades que quizás no se dan del todo ni se ven completas en sus territorios. Hace mucho bien a la Iglesia que se susciten estos encuentros en forma periódica pues el fruto resulta ser un episcopado enterado a fondo de las realidades más graves del país y, también, una voz armónica que, desde los pastores, quiere hacer parte de las soluciones que requiere la comunidad humana en Colombia.

Vale la pena resaltar el interés de la Iglesia católica por darle un nuevo aire al concepto del bien común, tan querido en los documentos eclesiales y tan necesario para la proyección del país. Aunque puede sonar un poco repetido, la verdad es que hoy en día la lucha más grande en Colombia tiene que ver con el acceso equitativo para todos los ciudadanos a los bienes y servicios que soportan una vida realmente humana y digna. Entre los grandes enemigos de esta aspiración están la corrupción que se apropia delictuosamente de lo que pertenece a todos, los monopolios que hacen que los costos de acceder a bienes y servicios sean en verdad prohibitivos, la propiedad de la tierra buena, que cada vez parece más lejana, sobre todo para los campesinos que la trabajan desde hace siglos, sin que en muchas zonas su vida haya podido alcanzar niveles aceptables de bienestar y sosiego. Todavía la pobreza es muy grande en Colombia y hay que tener cuidado con las falsas sensaciones que a veces transmiten las estadísticas oficiales y la colorida publicidad estatal, pues pueden paralizar los esfuerzos que hay que hacer para mejorar la vida de millones de compatriotas. Esas mismas estadísticas han señalado que volvió a crecer la pobreza en Colombia.

Recientemente, el arzobispo de Bogotá, Cardenal Salazar Gómez, en entrevista al Noticiero Nuevo Rumbo de la Arquidiócesis de Bogotá, señaló la necesidad de que la Iglesia en Colombia actúe con más independencia del Estado y con una voz más fuerte y profética. Es una observación muy atinada pues ya hace mucho tiempo que no se siente con fuerza esa voz que en otras épocas interesó a todos los estamentos, el político, el estudiantil, el académico, el sindical, el estatal. Hoy apenas sí se da alguna importancia a los pronunciamientos de la Iglesia. Es hora de que la Iglesia hable más allá de los templos y lo haga con libertad y en forma propositiva. Hay que desprenderse del temor a experiencias equivocadas de hace algunas décadas. Pero solo se equivoca el que hace y dice algo. Quien no se mueve ni habla no cae en errores. Siguiendo con fidelidad las huellas del divino fundador, Jesús de Nazaret, la Iglesia en Colombia, conocedora a fondo de tantos desequilibrios tiene que recuperar su talante profético, pagar el precio que eso conlleva y ser voz de esperanza para los pobres de la nación.

 

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