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Hemos dado un paso adelante

11 de octubre de 2016

El plebiscito que acaba de vivir Colombia ha sido un buen ejercicio de reflexión y participación ciudadana, que debemos analizar y aprovechar para continuar el camino…

Hay logros innegables en el proceso que se está haciendo: la afirmación de la paz como una realidad fundamental e indispensable en la vida de un pueblo, la aceptación del diálogo como el verdadero medio para solucionar cualquier conflicto, la participación democrática en la decisión de lo que le conviene a la nación, la esperanza que nunca muere.

 Sin embargo, a partir de ahora es necesario perfeccionar las metas, de tal manera que motiven y pongan de acuerdo a la población, que saquen de su inadmisible indiferencia a los abstencionistas, que den mayores espacios a las nuevas generaciones que vivirán el futuro que estamos construyendo. La paz es un vestido que es preciso hacerlo a la medida del país. Un gran ideal, apetecible para todos, no necesita artimañas jurídicas ni presiones publicitarias. Éstas, finalmente, resultan contraproducentes porque sin dificultad se percibe que buscan engañar o manipular la libertad.

 La paz no se puede imponer ni por las armas ni por la ley. El que quiera abrir una flor por la fuerza, la despedaza. Si lo que se propone como paz le causa miedo al pueblo es inútil insistir en ese camino. Para que se acepte la paz, primero es necesario ganar la confianza procediendo con verdad, con humildad, con evidente amor a la patria. Tenemos que entender que la paz es mucho más que ausencia de guerra, que no se puede reducir a un acuerdo con un grupo alzado en armas. Nos ha quedado claro que politizar la paz tiene nefastas consecuencias; que la verdad y la recta intención no se pueden fingir; que el diálogo es con todos o los excluidos no marchan en el proyecto.

 El pueblo, en último término, no se resiste a dar el perdón aun de grandes crímenes, entiende que lo mejor es la participación de los alzados en armas en la vida política, acepta pagar los grandes costos sociales y económicos de un nuevo estado de cosas. Sin embargo, exige que ceda la prepotencia de un grupo que sin ningún respaldo popular quiere imponerse por la fuerza de las armas o por la astucia, para organizar la nación según un proyecto socialista que naciones vecinas están padeciendo. Necesitamos serias reformas sociales pero hechas en casa y acordadas por todos.

 El momento que vivimos no es para triunfalismo de unos, para represalia de otros, para aislamiento de algunos y para la indiferencia de los demás. Es una hora importante que nos llama a todos a la responsabilidad, a la humildad, al buen criterio, a la generosidad y al propósito de caminar decididamente hacia el futuro. No es ocasión de criticar sino de proponer medios para afrontar los grandes retos nacionales: la familia, la educación, la economía, la salud, el empleo, la lucha contra la corrupción. Estamos en un momento oportuno y delicado que no podemos arruinar. Debemos andar con mucho cuidado.

Hemos dado un paso adelante en nuestro camino histórico, pero debemos cuidar que en nombre de la paz no surja más violencia. Por tanto, depongamos ya la agresividad, superemos las rivalidades, no pensemos más en intereses individuales. Es necesario que vayamos al fondo de nuestra realidad humana y social para que nos aceptemos mutuamente y construyamos juntos una nueva comunidad nacional. Dejemos que Dios toque nuestro corazón porque necesitamos sabiduría, decisión de convertirnos, capacidad de reconciliarnos y compromiso permanente de construir un país que para acoger a unos no tenga que excluir a otros. 

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