Hablar bien del sacerdocio y matrimonio
A las dos grandes vocaciones con que Dios ha engalanado su Iglesia, el sacerdocio y el matrimonio, hay que recrearles un buen ambiente, dedicarles palabras constructivas…
Las dos grandes vocaciones en la Iglesia son el sacerdocio y el matrimonio. Dios llama a la inmensa mayoría de personas a unir sus vidas a través del sacramento del matrimonio para amarse y respetarse mutuamente. Y a unos cuantos hombres los llama al ministerio sagrado para que sean otros cristos en medio de la humanidad. Pero, aunque el llamado es de Dios, su palabra que convoca requiere del buen ambiente que los seres humanos y muy especialmente los miembros de la Iglesia le hagan para que se den las respuestas deseadas, es decir, hombres y mujeres, que opten por unir sus vidas sacramentalmente y hombres que opten por entregarse de lleno al servicio del Evangelio, como también mujeres en la vida religiosa.
Infortunadamente, a veces, desde la misma Iglesia no se habla bien de estas dos sublimes vocaciones. Recientemente, por ejemplo, se hablaba desde Roma de los sacerdotes como “trepadores”. Y en los últimos años, dados tantos yerros de los ministros sagrados, parece haberse instaurado dentro de algunos sectores de la autoridad eclesial un lenguaje que denigra de los ministros sagrados, al punto que una sensación de desánimo y desesperanza está tocando a gran parte de los sacerdotes de la Iglesia. Y con respecto al matrimonio, tampoco faltan las palabras amargas y duras contra esta vocación que da origen a la familia según el querer de Dios. Ante la incapacidad de entender la crisis por la que actualmente transita el matrimonio, con voz desesperada, desde diferentes posiciones de la Iglesia se acusa a los cónyuges de falta de seriedad y compromiso, de inmadurez para tomar decisiones, de irresponsabilidad, etc. Acusar a quien se ha equivocado no refleja el espíritu de caridad que siempre pide el Evangelio.
A las dos grandes vocaciones con que Dios ha engalanado su Iglesia, el sacerdocio y el matrimonio, hay que recrearles un buen ambiente, dedicarles palabras constructivas, protegerlas a como dé lugar. En la Iglesia no puede hacer carrera, por desesperación, una especie de canibalismo que lleve a que los miembros del único cuerpo de Cristo se devoren unos a otros. Hay que tener en cuenta que estamos definitivamente en una época de enorme crisis y que lo peor que puede pasar es que los capitanes de la nave se desesperen y terminen arrojando por la borda a toda la tripulación, a los que en realidad llevan los remos en sus manos, con todo y sus limitaciones y a quienes construyen a diario la vida de familias con base en un amor que hoy en día está sometido a unas presiones inmensas y que por eso en ocasiones se quiebra. Pero nadie ha llegado al matrimonio con la idea de fracasar y tampoco al sacerdocio. Pero sobre cualquier otra razón, debe primar la caridad, el respeto a las personas, la corrección fraterna hecha en privado y, en fin, todo aquello que permita sentir el aroma de lo cristiano en el seno de la misma Iglesia.
Es posible que la enorme crisis actual del sacerdocio y del matrimonio cristianos requiera, no solo de palabras duras y acusadoras, sino también de un examen profundo sobre la manera como están planteadas y vividas estas dos vocaciones. Siempre es posible ofrecer mejores caminos de respuesta, más herramientas de apoyo, auxilios oportunos, correcciones efectivas. Y es en lo que hay que empeñarse. De este modo de actuar dependerá en buena medida el que más y más jóvenes sigan buscando responderle a Dios, bien sea en la vida sacerdotal o religiosa o en con el vínculo indisoluble del amor matrimonial. Urge que cada persona llamada haga de su vida un testimonio elocuente de la alegría que suscita el responderle a Dios con entrega y fidelidad en todo sentido. Urge, también, una palabra optimista, atractiva, serena, sobre la bondad que se encuentra en estos caminos que Dios ha propuesto a los hombres y mujeres de todos los tiempos. No sirve de nada que en el seno de la Iglesia esté primando una palabra pública de acusación, de crítica, de desprecio, pues eso no es del Evangelio ni obtiene frutos diferentes al desencanto y desesperanza. Pese a todo, sacerdocio y matrimonio, son dos caminos excelsos que provienen de Dios y nos hará mucho bien cuidarlos, promoverlos y orar por ellos.
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