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Fortalecer la familia, acompañar a todos

15 de mayo de 2017

Matrimonio y familia son vistos en la Iglesia como proyectos de vida y por tanto como realizaciones que le toman a las personas todo el tiempo de su existencia y no solo…

En la Iglesia creemos firmemente en la institución del matrimonio y de la familia. Al mismo tiempo, no desconocemos la existencia de muchas otras formas de vida en las que transcurre la existencia de tantísimas personas. Sin embargo, el movimiento pastoral de la Iglesia se inspira siempre en la Palabra de Dios y de ahí que el empeño y las fuerzas estén orientadas principalmente a la formación, acompañamiento y consolidación tanto del matrimonio como de la familia. Y con respecto a las otras formas de vida, que muchas veces se imponen por fuerza de las circunstancias, también desde la misma Palabra de Dios, surge la necesidad de acompañar, orientar y buscar que se llegue a los modos de vida que espera Dios de los hombres y las mujeres. Lo que también está claro es que a nadie hay que descartar ni dejar abandonado a la vera del camino: todos somos hijos de Dios y a todos hay que tratar de ayudar y acompañar.

Dicho lo anterior, también se hace necesario reiterar, por si acaso alguien todavía escucha en la sociedad colombiana, que la Iglesia cree firmemente en la creación del hombre y la mujer, para que se ayuden y se acompañen, como lo afirma el libro del Génesis y para que lleguen a ser una sola carne, como también lo afirma la Escritura y lo confirma el mismo Jesús. Y cree la Iglesia que es en esta unión del hombre y la mujer en donde debe engendrarse la nueva vida y en donde ella misma debe crecer y fortalecerse. Matrimonio y familia son vistos en la Iglesia como proyectos de vida y por tanto como realizaciones que le toman a las personas todo el tiempo de su existencia y no solo unos instantes o unos pocos años. Al proponer el ideal bíblico del matrimonio y el de la familia, la Iglesia está invitando a sus miembros a proyectar su existencia dentro de este marco que les dará una comunidad de vida para siempre y que tanto requiere la misma condición humana.

Matrimonio y familia, por otra parte, no son propuestos por la Iglesia como realidades perfectas e infalibles. De ninguna manera. Es precisamente por la fragilidad de la condición humana, que el mismo Creador dispuso esta realidad en la cual cada persona puede encontrar ayuda y acompañamiento, solidaridad y cariño, confianza y estímulo, además de los bienes propios de la gracia. Si el hombre y la mujer fueran perfectos quizás no necesitarían de nadie, pero la realidad es muy distinta. Y en vista de esta fragilidad humana es que se impone, al menos para la Iglesia, la tarea siempre urgente de acompañar matrimonio y familia, de buscar para ellos que todas las instancias de la sociedad les favorezcan su bienestar y progreso y de alertar cuando algo contrario quiera atacarlas y destruirlas. La Iglesia no puede ser muda ante lo que ofende el plan de Dios sobre el hombre, la mujer y la familia, y tampoco cuando sus miembros van a ser lastimados.

Y si el tema pasa al espinoso campo de los derechos, pues la realidad es que el primero de todos no puede ser uno distinto a que las personas puedan vivir según lo que Dios ha querido sea la existencia humana. Y, cuando la realidad no logre reunir todas las condiciones necesarias para el ideal propuesto, las soluciones no deben perder nunca de vista el orden natural de las cosas y el bien último de las personas. Nunca un niño, un adulto, una persona joven o mayor, puede ser tratada como instrumento de nada ni de nadie ni como medio para satisfacer las necesidades de otra persona. Y es en este aspecto donde siempre se debe mirar la intención de las “soluciones alternativas”, porque seguramente dentro de ellas hay propósitos muy nobles y sinceros y que vale la pena valorar, pero también urge un cuidado grande para que ningún ser humano sea “usado” para darle gusto a nadie como si de una mascota se tratara. La Iglesia, por su parte, siente que es su misión seguir invitando a sus fieles a prepararse para la vocación matrimonial y para constituir familias y engendrar dentro de ellas la vida. Y, a quienes viven de otro modo, la Iglesia los seguirá invitando para que escuchen la voz de Dios y progresivamente configuren su vida con sus designios.

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