Evangelizar las tierras, ahora pacíficas
El mandato misionero de anunciar el Evangelio a todas las gentes sigue intacto y resuena con más fuerza después de tantos años de destrucción y de aplastamiento de la…
El hecho de que las Farc hayan dejado definitivamente las armas, y esto hay que darlo como un hecho, plantea retos muy interesantes para todas las instituciones que actúan en la sociedad colombiana. Es de suponer que a amplias regiones de la geografía nacional en las cuales se había vuelto un riesgo desempeñar muchas actividades normales en el resto del país, les ha llegado el turno para ser atendidas debidamente por el Estado en sus componentes ejecutivo, legislativo y judicial, por la Iglesia, por las fundaciones, las ONG y por todos los que están interesados en hacer progresar a Colombia. Sin embargo, este retorno o inicio de labores, no deberá desconocer que las Farc adelantaron un fuerte trabajo de adoctrinamiento y de organización social, que deberán ser leídos con cuidado e inteligencia por quienes lleguen a esas zonas.
No son pocos los obispos y sacerdotes, lo mismo que religiosos y religiosas, que han señalado cómo el trabajo pastoral en aquellas zonas se ha transformado y se ha vuelto más difícil y arduo de lo que ya de por sí era. En muchas regiones se identificaba a la Iglesia con el Estado y esto le generó una propaganda contraria por parte de los subversivos. Además, el hecho de que en algunas regiones la Iglesia adelantara labores como la educación contratada, también ha generado resistencia, especialmente de políticos y caciques locales, insaciables en su deseo de meter las manos en el tesoro nacional. Y, sin embargo, el mandato misionero de anunciar el Evangelio a todas las gentes sigue intacto y resuena con más fuerza después de tantos años de destrucción y de aplastamiento de la dignidad humana a nivel individual y colectivo.
El azote de la guerra sufrido por algunas regiones del país, seguramente despertó anhelos no solo de paz, sino de condiciones de vida mejor en todo sentido. Y ahí es donde la Iglesia está llamada a preguntarse una vez más qué puede y debe ofrecer a las poblaciones que habitan las zonas mencionadas. Desde luego: el Evangelio. Pero con cuáles énfasis, de qué manera, en qué medida, con qué agentes. A medida que el Estado ha ido atendiendo las necesidades básicas de la población, la Iglesia puede centrarse más y más en su misión propia de anunciar el Evangelio, promover la justicia y la caridad, abrir caminos para el desarrollo de personas y comunidades. Y, siempre, la tarea de ver por los pobres que en Colombia siguen siendo todavía muchos y no todos con claras esperanzas de mejorar sus vidas.
Será un signo muy importante de la Iglesia el volver a las regiones otrora impenetrables o con una misión un poco disminuida, y hacerlo prontamente. Porque seguramente el Estado, con su habitual paso paquidérmico, será lento en responder a las necesidades locales. Este volver es reconocido ampliamente por las comunidades pues sienten que ya no son miradas con recelo o miedo ni que han sido abandonadas hasta de la mano de Dios. Y quién sabe si Dios mismo está ofreciendo estas regiones para que la Iglesia en Colombia retome sus bríos misioneros, los mismos que trajeron a esta región del continente americano el mensaje del Evangelio, fundaron la educación, los hospitales, las instituciones de los desposeídos y tantas otras acciones que dieron lugar al nacimiento de una nueva nación. Esta es una hora muy interesante para la Iglesia pues, además de haber ayudado tanto a construir los caminos de la paz lograda, podría también haber abierto los caminos para una nueva evangelización, eso sí, modo siglo XXI.
Imagen: misionerosdeyarumal
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