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En tiempos de crisis

18 de febrero de 2019

Dentro de la Iglesia se pueden escribir códigos, cartas apostólicas, exhortaciones, encíclicas, rutas de atención, y todo lo que se quiera. Pero nada de esto es útil si…

¿Qué será los más apropiado para hacer cuando la vida de la Iglesia entra en crisis? ¿Abandonarla? ¿Criticarla? ¿Juzgarla? ¿Acusarla? ¿Renovarla? ¿Apoyarla? En la veinte veces secular historia de la Iglesia se han sucedido varias crisis de enormes dimensiones y cada una de ellas ha suscitado muy diversas reacciones. La más grave de todas es la que termina dividiendo la Iglesia, provocando cismas, creando nuevas iglesias, apartando a los fieles de la Iglesia madre. Seguramente todos los que han dejado la Iglesia en los tiempos de crisis tienen sus razones muy serias para pensar que la solución ideal es abandonarla y comenzar de nuevo. Pero de la misma manera y con no menos fuerza, cada tiempo de crisis profunda en la Iglesia ha generado, sobre todo, hombres y mujeres de talla espiritual y eclesial enorme, que logran restaurarla y darle nuevos aires.

La crisis actual de la Iglesia por los abusos sucedidos dentro de ella está llamando a pruebas heroicas en la fe. Desde luego que nadie que ame en profundidad este pueblo santo debería abandonarlo cuando el dolor es profundo e innegable. Más bien, es esta la hora de los santos y las santas. Hora de los nuevos San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Ávila, Fray Bartolomé de las Casas y otros tantos que, viendo su casa, la Iglesia, en ruinas, se dieron a la tarea de darle la hermosura que en justicia le corresponde a la casa de Dios. Ninguna de estas personas tuvo una misión fácil. Casi todos gozaron de la común incomprensión. Pero su amor por la Iglesia, por la obra de Dios, les hizo apreciar la tarea por hacer más que su propia vida y tranquilidad. Y los efectos de la obra de estos santos y santas, se ha prolongado, no por años, sino incluso por siglos. De su inspiración vive todavía la Iglesia universal.

La hora difícil que se vive en la Iglesia, además de lo anteriormente dicho, debería unir a todos en la caridad como regla única de la restauración. Con esto se quiere decir que al restaurar la santidad en la Iglesia y al reanimar su sentido misionero, se debe buscar ante todo la salvación de todas las almas que le pertenecen: las de los santos y las de los pecadores. Una reconstrucción que cause más heridas, que ahonde el dolor, que deje personas tendidas como en un campo de batalla no tendría el aroma del Evangelio. Para ello se hace necesario volver una y otra vez a las fuentes de lo que es la Iglesia, su naturaleza y misión, lo que Dios, su fundador, espera y quiere de ella. Se requiere, con toda humildad, reconocer una y mil veces, dónde están los peligros para la misión y para la santidad y afrontarlos con sinceridad para alejar lo más posible el pecado y el delito de sus entrañas. Y si hay necesidad de introducir cambios sustanciales se deben hacer prontamente, sin ánimo distinto de que todos los miembros de la Iglesia estén a la altura de su condición de bautizados y de su vocación propia.

 Y, finalmente, la Iglesia sigue siendo conformada por hombres y mujeres. Cada persona requiere tomar su condición de cristiano en toda su profundidad. Dentro de la Iglesia se pueden escribir códigos, cartas apostólicas, exhortaciones, encíclicas, rutas de atención, y todo lo que se quiera. Pero nada de esto es útil si cada bautizado no está en plan de situarse de cara a Dios para responderle en total espíritu de santidad y caridad. Hoy en día, pero siempre ha sido así, pertenecer a la Iglesia es un reto de dimensiones mayúsculas, no por el lastre del pecado, sino por la altura a que Dios llama a sus hijos. Y es en esta altísima vocación donde muchos equivocan el camino y a veces arrastran tras de sí a otros hermanos. La renovación de la Iglesia en tiempos de crisis como lo es el actual será posible si y solo si la santidad vuelve a ser la gran meta de cada bautizado. Nos auguramos que este deseo se vuelva contagioso para que la Iglesia sea solo lo que Dios quiere. Todo lo demás sobra y escandaliza.

 

Imagen: Youtube

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