El valor está en la persona
La sociedad tiene que romper con costumbres, pensamientos, prácticas, filosofías, normas, que a la larga provocan, facilitan y hasta aplauden los vejámenes a la persona
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Se ha vuelto ya usual que se manifiesten quejas sobre el trato que reciben determinados grupos de personas y por diferentes motivos: por ser niños, por ser jóvenes, por ser mujeres, por ser hombres, por la condición sexual, por la religión que profesan, por ser parte de una minoría o de una mayoría, etc. Cada grupo va dejando ver cuántas falsas razones tienen muchas personas para agredirlas, discriminarlas, marginarlas y, en ocasiones, hasta matarlas. De fondo en estas actitudes agresivas y de clara intolerancia, se deja ver la idea de que hay características que le quitarían la dignidad a las personas y que por tanto pueden ser tratadas como si no lo fueran. Es una concepción inadmisible desde todo punto de vista. Toda persona tiene una dignidad inalienable y debe ser tratada con respeto por todos los demás.
Desde hace muchos siglos el pensamiento judeo-cristiano ha tratado de situar al ser humano como el centro y máximo valor de toda la creación. La lucha ha sido ardua y no ha sido del todo victoriosa. La humanidad, para mala fortuna de muchos, tiende a dividirse, a clasificarse, a crear falsos imaginarios sobre la condición de las personas dándoles diferentes estatus que, a la larga, no sirven sino para que unos maltraten a los demás, los exploten, los usen a su antojo. El pensamiento de origen bíblico ha afirmado una y otra vez que todos los seres humanos son hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza en igualdad de condición y dignidad, miembros de su pueblo santo. Ningún hombre, ninguna mujer, han sido creados en condiciones de inferioridad o de servilismo para bienestar de unos pocos. Y este mismo pensamiento bíblico ha llevado a que se sostenga con tenacidad que la dignidad humana es intocable desde su concepción hasta su fin natural.
Hay que repetirlo una y mil veces, al menos desde la Iglesia: el valor está en la persona, en cada persona y mientras exista un hombre, una mujer, cada uno, sin excepción, debe ser reconocido en esta condición y recibir el trato digno y respetuoso que siempre se merece. Incluso las personas que hayan cometido las fechorías más detestables, deben recibir siempre un trato digno y respetuoso, sin que ello obste para que la justicia opere y castigue, pero siempre en el marco de la inalienable condición humana. No deben quedar grietas para que se interprete sesgadamente esta mirada absolutamente respetuosa de todo ser humano. Si quedan esas fisuras, por ellas entra la discriminación, el totalitarismo, el machismo, la esclavitud, la violencia, la manipulación y muchas otras conductas que deshacen al hombre y a la mujer.
Pero no basta con ser claros y sinceros en afirmar la dignidad inalienable del ser humano. La sociedad tiene que romper con costumbres, pensamientos, prácticas, filosofías, normas, que a la larga provocan, facilitan y hasta aplauden los vejámenes a la persona. El sexismo, la pornografía, la prostitución, la trata de personas, la esclavitud, la supresión de derechos humanos, la tergiversación de las relaciones humanas en los medios de comunicación y en las redes sociales, todo esto es el caldo de cultivo en el cual germinan las actitudes y acciones que arrasan con lo humano. La verdad es que la sociedad está muy lejos de querer suprimir todo esto y mucho más. Por el contrario, hay como una inercia para que todo siga igual y unos pocos puedan aplastar a la mayoría de las personas. Desde la Iglesia católica, desde otras iglesias verdaderamente cristianas, desde otras religiones serias, desde el pensamiento de mejor corte humanista, desde la legislación con sentido humano, hay que seguir dando la batalla para que se entienda de una vez por todas que los más grande e importante que hay sobre el planeta tierra es la persona humana, cada persona, y que nadie, salvo su Creador, puede disponer de ella, mucho menos para tratarla indebidamente. Mientras la persona no sea el centro de todo lo que sucede en este mundo, se hará necesario seguir luchando para protegerla y conservarle su inalienable dignidad.
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