El suicidio
La Iglesia debe acentuar su predicación y su acción, muchas veces solitaria e incomprendida, en defensa de la vida. Porque también es cierto que en la cultura de la…
Con inmensa tristeza se registran todos los días noticias acerca de personas que se quitan la vida. Y la tristeza es mayor cuando se precisa que es creciente el número de jóvenes que se suicidan y no han faltado tampoco niños. Entre los adultos mayores el fenómeno tampoco es ajeno pues las difíciles condiciones en que transcurre la vida de muchos de ellos, especialmente en una agobiante soledad, los lleva a esta dramática actuación contra la propia vida. La humanidad entera está amenazada hoy de un sinsentido que seguramente ha contribuido a que decenas de personas opten por dar fin a su existencia. Desde donde se mire este hecho, es una derrota para el género humano, pues ha sido llamado por Dios a la vida y al goce de la misma. El hombre y la mujer no fueron creados para la muerte y si esta llega es a causa del pecado que los apartó de la condición original de cercanía total con Dios. Pero el suicidio irrumpe como algo que devasta incluso lo que puede apenas estar comenzando.
Es prácticamente imposible decir cuáles son las causas por las cuales algunas personas se quitan la vida. Sin embargo, se han identificado factores comunes presentes en la vida de muchos de los que dieron así fin a su existencia. La depresión se ha convertido en una extensísima enfermedad mental que afecta a un número inimaginable de personas. La soledad ha rodeado sin misericordia a infinidad de personas, incluso en las grandes aglomeraciones urbanas, es decir, existen seres humanos que están solos en medio de la multitud. De parte de muchos jóvenes hay un reclamo por la soledad y quizás el abandono en que se encuentran por la ruptura de sus familias, por el exceso de ocupaciones de sus padres, por la forma casi mecánica como son insertados en el mercado laboral. También, especialmente los mismos jóvenes, se ven en bastantes ocasiones como prisioneros de los ambientes saturados de drogas, alcohol, desenfreno, que terminan por hastiarlos de la vida muy pronto. Y, en el caso de los niños, quizás todo lo negativo que ven y oyen, sobre todo en redes sociales y en los primeros ambientes de la vida, los puede estar induciendo a temerle a la vida. Pero ninguna de estas razones es suficiente. Algo sucede en el alma de quien decide terminar con su vida y solo Dios conoce esas profundidades.
El suicidio es un grito desesperado de unos individuos, pero también de la comunidad humana. Y es de la mayor importancia que en todos los niveles de la sociedad se escuche este clamor. La familia, el ámbito educativo, las instituciones religiosas, el Estado, las profesiones humanistas y médicas, las áreas de bienestar de las empresas, todas están llamadas a incluir en sus tareas el estar pendientes de la condición mental, anímica, espiritual, de quienes hacen parte de ellas. No se puede olvidar nunca que toda comunidad está formada por personas, no por robots o autómatas, y que velar por su bienestar más profundo es deber de todos. No basta ver por las buenas condiciones económicas, laborales, legales de una persona. Hay que estar atentos siempre a cómo está la persona en su salud mental y espiritual, cuáles son sus redes de apoyo social, con qué recursos cuenta para solucionar sus dilemas existenciales. Nadie con un mínimo de sentido humanista puede hacerse ajeno al creciente problema del suicidio en la comunidad humana.
La Iglesia también puede contribuir de varias formas para ser apoyo de quienes han considerado la posibilidad de acabar con su vida. Sin duda, la primera es ofrecer el Evangelio de Jesucristo, para que todo el que lo conozca encuentre en Él el camino, la verdad y la vida. También está dentro de las posibilidades de la Iglesia el ampliar su presencia con los centros de escucha que están comenzando a crearse en diversos ámbitos eclesiales. De igual modo, los retiros espirituales, que presentan hoy un renacer muy fuerte, pueden ser muy útiles para quienes sienten apocarse el sentido de su vida. Y, siempre desde la Iglesia, acentuar la tarea de acompañar a quienes padecen situaciones graves a nivel espiritual mental y aún físico y acompañar por largos trechos pues no se superan estas situaciones en corto tiempo. Finalmente, la Iglesia debe acentuar su predicación y su acción, muchas veces solitaria e incomprendida, en defensa de la vida. Porque también es cierto que en la cultura de la muerte que se ha implantado en amplios sectores de la sociedad, el suicidio ha encontrado campo fértil para hacerse presente. En la oración de la Iglesia nunca faltará un momento para pedir por quienes aún no encuentran sentido a la vida o a sus dificultades.
Imagen:Zócalo
Fuente Disminuir
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