El que viene para ser anunciado
La Navidad es un momento especialmente fuerte y profundo en que el creyente está invitado a contemplar con inmensa alegría y libertad de corazón el cumplimiento de las…
De nuevo nos encontramos a las puertas de la celebración litúrgica del nacimiento de Jesús, hijo de Dios, hecho hombre para nuestra salvación, por la obra del Espíritu Santo en la Virgen María. Siempre un gran misterio, pero misterio de amor. El infinitamente Santo se hace pequeño como su criatura y empieza a recorrer los tortuosos caminos de la vida humana y así ser el “Dios con nosotros”.
Era la gran esperanza de Israel: que Dios rasgara el cielo y bajara, como en efecto sucedió. Nunca será suficiente ninguna reflexión que hagamos para tratar siquiera de comprender esta acción maravillosa de Dios, la encarnación de su Hijo y quizás menos suficiente el esfuerzo que hagamos por comprender toda su misión, su pasión, su muerte y su inédita resurrección. Pero quizás, más que comprender, la obra de Dios se nos presenta para amarla, asumirla y alegrarnos en su esencia redentora. La navidad es un momento especialmente fuerte y profundo en que el creyente está invitado a contemplar con inmensa alegría y libertad de corazón el cumplimiento de las promesas de Dios en Cristo.
Ha venido Cristo, el esperado de los tiempos. Ahora, en esta nueva etapa, corresponde a toda la Iglesia, a todo bautizado, llevar al que ha venido a todos los que lo están esperando. Los tiempos no son fáciles para esta misión. Y sin embargo hay que realizarla porque de lo contrario tendríamos que apropiarnos del “ay” de Pablo, al pensar si no anuncia el Evangelio que ha recibido.
Prácticamente en toda la Iglesia católica existe hoy una gran preocupación común: cómo anunciar el Evangelio en estos tiempos, en estas sociedades, en medio de un mundo tan supremamente secularizado. No hay tiempo para viejas añoranzas o nostalgia de antiguos métodos, útiles en su momento y en su contexto. Las cosas hoy son de otra manera y el evangelizador debe descubrir, con sereno discernimiento, cómo quiere el Espíritu Santo que Jesús sea anunciado en esta época específica. Se ha hablado de descubrir cuáles son los nuevos areópagos en los cuales pueda ser pronunciada la Palabra que se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros.
En la arquidiócesis de Bogotá estamos convencidos de que hay que seguir buscando las mejores y más oportunas formas de anunciar el Evangelio y cultivar la fe de los oyentes. Ningún misionero de Jesús y de la Iglesia puede quedarse sentado cómodamente esperando que le lleguen los que buscan al Salvador. Hoy es imperativo salir, crear nuevos espacios, situarse en medio de la ciudad viva, ir a los caminos, hacer inmersión en las redes sociales, colonizar los medios de comunicación social, etc., para que nadie se quede sin escuchar el anuncio salvador.
De alguna manera, la Iglesia que está en Bogotá tiene que soltar las amarras de todos sus evangelizadores y animarlos hasta la impertinencia para que prediquen a todas las gentes en todo lugar y circunstancia. Es necesario evitar que lo que se ha reflexionado hasta el momento sobre los planes para una nueva evangelización se quede en el papel y enfocarse ahora en modos concretos de anuncio y formación en la fe.
Una vez más la Iglesia en Bogotá debe repasar el inventario de sus recursos para evangelizar: obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, catequistas, instituciones educativas, parroquias, movimientos apostólicos, templos, medios de comunicación y otros más, y darse cuenta de que tiene un aparato formidable para su misión pastoral. Pero al ser tan grande podría volverse pesado para moverse con agilidad. La gran ciudad es propensa a valorar lo local.
Quizás en torno a las parroquias –alrededor de 300 en la Arquidiócesis- hay que revitalizar o crear medios nuevos, para que el anuncio resuene fuertemente en la ciudad capital. Descentralizar, dicen en el ámbito político. Para llevar a Jesús, el que ha venido, se impone que estas pequeñas células, como son las parroquias, recobren nueva vida y sean la punta de lanza de la nueva evangelización a la que nos está llamando el mundo actual.
Habiéndose encarnado Jesús y permaneciendo en la Iglesia, a los obreros no nos queda sino levantar la voz para anunciar que la salvación ha llegado. Que la navidad sea feliz para todos, porque estamos haciendo la misión recibida.
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