El destino de las marchas
Evangelio enseña a tener la mansedumbre de la paloma y la astucia de la serpiente. Ambas recomendaciones valen para el tiempo presente de manera que se acoja al que está…
El panorama colombiano se ha visto coloreado estos días por las marchas en largas filas de guerrilleros hacia los campamentos que los esperan en diversas zonas del país. Este agruparse a la vista hace parte del proceso de inserción a la vida civil y política de quienes retaron al Estado por décadas, dejando desolación y muerte por todas partes. El signo de verlos localizarse en regiones determinadas y el llevar los fusiles en silencio es sin duda un signo interesante y esperanzador. La gran aspiración es que las armas pasen al único que las debe tener: el Estado, o que sean entregadas a la ONU. En ese momento, este grupo de personas alzadas en armas podrá aspirar a ser tratado en condiciones iguales que las de cualquier otro ciudadano. Y será en ese preciso momento, el de la entrega de las armas, que se podrá hablar con certeza de que el proceso de paz ha producido un fruto contundente. Hasta ahora está condicionado en muchos aspectos.
Vienen después dos tareas principales. La primera es que el Estado y todas las instituciones sociales lleguen de nuevo, o quizás por primera vez, a todas aquellas regiones que estuvieron por largos años bajo el terror de los violentos. Seguramente esos lugares fueron caldo de cultivo para la guerrilla pues la pobreza y el abandono generaron ira contra el gobierno y sus instituciones. Hay allí mucho por hacer en todo sentido: vías, escuelas, centros de salud, apoyo al desarrollo productivo. La segunda tarea consiste en insertar a quienes hasta ahora fueron guerreros en una sociedad que se rige por leyes, por el respeto a los derechos humanos, por el trabajo honesto, por el respeto a la propiedad privada. No se puede pensar que esta tarea sea imposible, pero sí se debe reconocer que no será fácil teniendo en cuenta que esta guerrillerada vivió por décadas haciendo exactamente todo lo contrario.
También surgen de este panorama retos para la Iglesia. Los obispos y sacerdotes de diversas regiones azotadas por la violencia han manifestado en repetidas ocasiones que las comunidades han quedado muy afectadas en muchos aspectos, entre ellos el religioso. Se constata en algunas comunidades un enfriamiento grande de la fe y la adhesión a la Iglesia. Por lo mismo, varias tareas de la misión evangelizadora aparecen en el horizonte. La primera es la de volver a hacer presencia en el territorio, cosa que en muchos casos se había dificultado enormemente. La segunda es una evangelización pensada propiamente para esas regiones y zonas y que quizás en algunos casos será como comenzar de cero. La tercera es buscar los agentes pastorales más adecuados para llevar la misión a regiones tan marcadas por el conflicto. Se puede decir que la Iglesia tiene que emprender también su marcha de retorno con mucho vigor a unas comunidades que quizás ya no son las mismas de antes y donde la presencia eclesial tiene que ser con parámetros y objetivos muy definidos.
Y, finalmente, vale preguntarse sobre lo que viene después de las marchas de la guerrilla y su posible entrega de armas. ¿Para dónde va, en sentido político, esta guerrilla que ahora se presenta más pacifista que todos los demás? Hay que ser cautos y tener los ojos bien abiertos para que su presencia en el escenario político nacional no signifique nada contra la libertad y el orden, el respeto a las personas y las instituciones, a la propiedad privada y a la libre expresión, incluso de la fe religiosa, y tantos otros aspectos que hasta ayer eran el objetivo de sus ataques y violencias. El Evangelio enseña a tener la mansedumbre de la paloma y la astucia de la serpiente. Ambas recomendaciones valen para el tiempo presente de manera que se acoja al que está verdaderamente en plan de conversión y que se cuiden los bienes más preciados de una sociedad que, pese a sus muchas limitaciones, es celosa de su libertad y de su idiosincrasia más arraigada.
Imagen: elespectador.com
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