El año nuevo de la acción
La nueva evangelización, aunque en su contenido es invariable, sí debe ser capaz de realizarse con audacia y mucha creatividad y siempre con seriedad. Sin despreciar…
La arquidiócesis de Bogotá lleva ya un largo tiempo construyendo su nuevo plan de evangelización, de acuerdo con los retos que presenta la ciudad de Bogotá y también el sector rural que la rodea por oriente. Ha sido un trabajo metódico, cuidadoso, detallado y con un marco teológico y pastoral bien construido. Ahora ha llegado la hora de volverlo realidad. Es decir, ha llegado el momento de dar lugar a la nueva evangelización con acciones concretas, estrategias definidas y prácticas y empezar a ilusionarse con que en un tiempo relativamente corto se puedan recoger frutos importantes. Porque de eso se trata: de formar verdaderos cristianos que sepan iluminar la ciudad en que habitan y construyen sus propias vidas, las de sus familias, la de la sociedad, la de las instituciones. Se trata de darle aún más vigor a esta iglesia particular, la de la arquidiócesis de Bogotá, para que sirva de fermento evangélico en medio de esta masa inmensa de población, siempre sedienta del amor de Dios y de la misericordia cristiana.
Por decirlo en palabras coloquiales, llegó el momento de aterrizar lo que se ha discutido y propuesto por tanto tiempo. Formar verdaderos cristianos, construir auténticas comunidades cristianas, movilizar a fondo la fuerza evangelizadora lo mismo que la caridad de Cristo, revitalizar la liturgia, evangelizar a los jóvenes, aproximarse con el bautismo a los adultos que no han recibido este primer sacramento, situarse cada vez más cerca de los pobres y necesitados, renovar con alegría y vigor el sacerdocio y el episcopado locales, son apenas algunas de las muchas acciones que se deben empezar a concretar en este año que ya comenzó su acelerado desarrollo. Será muy importante que todo se realice con claridad, en forma articulada, con una continuidad a prueba de impulsos pasajeros y que los objetivos buscados estén bien determinados desde el comienzo de cada acción de esta nueva ola evangelizadora.
La acción que ahora pide el Plan E requiere nuevas actitudes de parte de todos los miembros de la Iglesia en Bogotá, pero muy particularmente de parte de sus obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas y laicos comprometidos. “A vino nuevo, odres nuevos” enseña el evangelio. Sin nuevas disposiciones interiores de cada uno de los evangelizadores con que cuenta la Arquidiócesis, todo el esfuerzo hecho hasta ahora podría quedar en entredicho. Por eso mismo, desde el nivel central de la curia de Bogotá, será de especial importancia que se trabaje con estas personas que en últimas son quienes van a movilizar las nuevas fuerzas de comunicación del Evangelio al pueblo de Dios en Bogotá. Más que una preocupación por lo que sucede al final de cada canal de evangelización, el arzobispo de Bogotá y sus inmediatos colaboradores, habrán de preocuparse por mantener vivo y operante el espíritu misionero de quienes estarán al frente de las grandes y pequeñas comunidades anunciando el Evangelio de salvación.
La nueva evangelización, aunque en su contenido es invariable, sí debe ser capaz de realizarse con audacia y mucha creatividad y siempre con seriedad. Sin despreciar realidades como las parroquias, las capellanías, los movimientos apostólicos y otros conocidos de sobra y efectivos en muchos sentidos, se hace necesario dar paso a otras formas de anuncio para un mundo, es decir, unas personas que hoy en día están moldeadas de una manera muy diferente a lo que se percibía hasta hace unos pocos años. Las redes sociales, la informalidad, el estilo juvenil, la preparación profunda de muchas personas, el carácter global que ya ha tocado nuestra cultura, las nuevas realidades de la ciudad –desde la movilidad imposible hasta la imparable vida nocturna-, todo constituye un cúmulo de signos de los tiempos que hay que saber discernir para plantar adecuadamente allí la semilla del Verbo, para que después se convierta en árbol frondoso con abundante frutos y buena sombra para los viandantes. Ha llegado, pues, la hora de dejar a un lado los libros y los papeles, para remangarse y salir a laborar en la viña del Señor. Sin olvidar esto último: la viña es de Él.
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