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¿Cuánto vale una misa?

12 de marzo de 2018

Vale la pena aprovechar el pronunciamiento del pontífice para hablar del sostenimiento de la Iglesia y de sus ministros. La práctica actual revela que las parroquias y…

Ha tenido gran resonancia la afirmación del papa Francisco acerca de que las misas no tienen un costo en dinero. Lo cual no obsta, añade el pontífice, para que los fieles de la Iglesia hagan una donación a propósito del servicio que les presta el ministro sagrado. En el funcionamiento habitual de la Iglesia también está claro que a ningún fiel se le debe negar un sacramento por falta de dinero. Y es la forma como en general se procede pastoralmente. Pero si el Papa hace la anotación debe ser porque algo lo ha inquietado y seguramente ha de ser que en alguna parte se antepone lo económico a lo pastoral y eso no debe ser nunca así.

Vale la pena aprovechar el pronunciamiento del pontífice para hablar del sostenimiento de la Iglesia y de sus ministros. La práctica actual revela que las parroquias y los sacerdotes que en ellas laboran, derivan su sustento de dos fuentes principales: las ofrendas de los fieles en las celebraciones eucarísticas –la limosna- y las ofrendas por los sacramentos que se celebran. La palabra ‘ofrendas’ recoge muy bien el sentido de lo que se hace: al recibir un servicio de su parroquia y de un sacerdote, la persona ofrece un dinero pues entiende que ese es el trabajo de la parroquia y del sacerdote y de ahí debe derivar su congrua sustentación. En esto no hay misterio alguno y tampoco doble moral o cosa que se le parezca pues hay que sostener las parroquias y a sus ministros sagrados.

La única manera de que la práctica descrita perdiera importancia o quizás desapareciera, sería que existiese otra fuente fija de ingresos, derivada de las ofrendas de los fieles y no de negocios o inversiones de las parroquias o diócesis. La otra ofrenda sería el diezmo habitual de los feligreses de cada parroquia, pero esto no es hoy una práctica constante y habitual de los bautizados y por tanto aún no se puede suponer que de allí saldrá el dinero necesario para parroquias y sacerdotes. Lo otro, negocios e inversiones de las diócesis y parroquias, casi siempre ha terminado mal o escandalosamente. Entre menos negocios se haga en nombre de la Iglesia, entre menos tenga que andar por el resbaloso mundo de las inversiones, mucho mejor. A veces toca hacer negocios e inversiones, pero nunca deben ser la gran preocupación y ocupación de la Iglesia. Al menos para el sostenimiento de parroquias y los sacerdotes que allí laboran.

Más que censurar este o aquel ingreso que obtienen parroquias y sacerdotes, lo que se debe analizar es de dónde debe surgir el dinero para que las parroquias funcionen bien y los sacerdotes vivan decentemente. Teóricamente de las ofrendas de los fieles. En la práctica a veces alcanza, a veces no y entonces surge la solidaridad entre los mismos clérigos y se activa la responsabilidad de los obispos para no desamparar a sus ministros. En todo caso, de vez en cuando cae bien el llamado de atención sobre la posibilidad de que se esté dando un manejo económico no adecuado al servicio religioso, para proceder a los correctivos del caso. Pero nunca se deje de pensar en que los sacerdotes diocesanos y las parroquias que estos regentan, requieren no pocos recursos para funcionar bien. Esta debe ser preocupación de los fieles, del obispo y de los mismos sacerdotes a través de una administración sabia y austera de los recursos de la Iglesia. Cuando así sucede, Dios, sin duda, provee.

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