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Corrupción a sus anchas

25 de enero de 2017

Resulta increíble y siempre muy sospechoso, como decía un viejo prelado de la Iglesia, que un elefante se meta en la casa y no sea visto

Ya lo han dicho algunos y es absolutamente cierto: el problema institucional más grave en Colombia no es ni la guerrilla ni el narcotráfico, ni nada que se la parezca. Es la corrupción a todo nivel, pero especialmente en la cosa pública. Porque, además de ser en sí misma una cuestión abominable, ha adquirido unas dimensiones inimaginables en sus cuantías. El caso más reciente habla de una distribución de once millones de dólares para lograr favorecimientos en el otorgamiento de contratos con el Estado. Y está claro que si se habla de esta cantidad, seguramente que la verdad es mucho más grande y más grave. El Estado colombiano se ha convertido en un botín para ladrones y corruptos y nada parece poder detenerlos.

¿Cuándo se instaló esta cultura del soborno y el robo en la sociedad colombiana y más exactamente en y alrededor del Estado? ¿Acaso la cultura mafiosa de obtener dinero en grandes cantidades y en forma rápida hizo metástasis en el sector público y privado? ¿Cómo se explica, porque también hay mucho misterio en esto, que unos monstruos burocráticos como la Contraloría, la Procuraduría, la Fiscalía, sean incapaces de ponerle coto a esta situación?  ¿Hacia dónde se están dirigiendo estas inmensas sumas de dinero que claramente no se pueden esconder debajo del colchón?  Resulta increíble y siempre muy sospechoso, como decía un viejo prelado de la Iglesia, que un elefante se meta en la casa y no sea visto. Muchos están sobornando, muchos están robando y también, muchos se están haciendo los de la vista gorda. No puede ser de otra manera.

El problema tiene apariencia estructural y lo es. Pero la corrupción es un problema de personas corruptas, que no practican la ética ni la moral. Es un problema de personas con nombre propio para quienes el lucro es el único criterio. Es la decisión que toman algunos de apropiarse de lo que no les pertenece para volverse ricos y poderosos y darse la gran vida. Es hacer de las riendas del Estado un instrumento, sobre todo, para provecho personal sin importar si así se cometen grandes injusticias, si se empobrece más a la gente del común, si se aniquilan personas y empresas que sí trabajan profesional y éticamente. Es dictar una sentencia de atraso sobre toda la nación pues bienes y dinero que deben estar al servicio del desarrollo del país se escapan a los bolsillos de esta casta maldita que es la de los corruptos.

Desde la Iglesia, no solo se condena y se siente indignación por este cáncer que afecta a nuestra sociedad. En la Iglesia también surgen preguntas acerca de nuestro papel en esta situación cuya realidad es innegable. ¿Cómo se debe denunciar desde la Iglesia esta situación de inmoralidad y de pecado? ¿Qué debe hacer la Iglesia, como formadora de conciencias y enseñante de la moral, para que su palabra logre llegar a quienes están al mando del Estado y también al frente de las grandes empresas que contratan con el mismo? ¿No revela esta rampante corrupción que posiblemente la Iglesia ha estado más bien ausente en la formación y evangelización de la clase dirigente colombiana y entonces esta ha crecido sin Dios ni ley? No basta con que nos lamentemos del mal presente, sino que con sentido de la misión recibida de Cristo y también con sentido patriótico, pensemos cuándo volveremos a realizar la tarea de formar al laicado para que se desempeñe con altura ética y moral en todos los niveles de la vida nacional. 

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