Consagrados y laicos moviendo la Iglesia
Hay diócesis donde hoy en día el obispo se ha rodeado en sus asistentes principales, incluyendo cancilleres y jefes de sección, de laicos capacitados y comprometidos a…
Es muy estimulante lo que se está viendo hoy en las más altas instancias de la Iglesia, como, por ejemplo, el sínodo de obispos. Pues ya no es solo de obispos, sino que el recinto se ve lleno de jóvenes, hombres y mujeres, laicos y laicas, trabajando a la par con los pastores. El papa Francisco ha ido abriendo campo en muchas de las oficinas vaticanas a hombres y mujeres para trabajar hombro a hombro con los prelados y sacerdotes que tradicionalmente han hecho la labor curial. Hay diócesis donde hoy en día el obispo se ha rodeado en sus asistentes principales, incluyendo cancilleres y jefes de sección, de laicos capacitados y comprometidos a fondo con la Iglesia. En la mayoría de parroquias y obras de la Iglesia, actualmente hay una enorme participación laical y esto le está dando nuevos aires y estilos a la pastoral del día a día.
Este nuevo panorama de la Iglesia, que aún falta por completar en muchas partes, sin embargo, es ya un signo de que las cosas están tomando nuevos caminos y formas. Destaca especialmente como la realización práctica de una vieja aspiración de toda la Iglesia: que los laicos tengan su propio espacio para desempeñar la parte de la misión que les corresponde. Y, lo mejor: en absoluta armonía y comunión con los pastores. Esto ha empezado a generar unos frutos muy apreciables en muchos campos de la vida eclesial. El primero es el de allegar la visión y criterios de los mismos laicos para muchos campos de la misión y también de la organización eclesiástica. El segundo, es el poder llegar a personas, ambientes y lugares que actualmente no son fáciles de alcanzar por el clero por razones diferentes. Laicos hay en todas partes y si se despierta su sentido de Iglesia, cada lugar y momento serán una oportunidad de evangelización.
Y cabe destacar también otro efecto importante de este hacerse sentir de la labor laical en todas las instancias de la Iglesia y en concreto consiste en que los consagrados –obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas- pueden dedicarse más de lleno a lo que les es propio de su vocación. La vieja organización de la Iglesia terminó por convertir a los consagrados, amén de sus quehaceres pastorales, en constructores, organizadores, ecónomos, gerentes y otros oficios más, que siempre le roban tiempo a lo propiamente pastoral. Si los consagrados son capaces de dejar cada vez más espacio a los laicos en lo que es propio de sus saberes y competencias, pues cada vez habrá más disponibilidad para la evangelización, que ha de ser la tarea primordial de todo hombre y toda mujer consagrados a vivir para el Evangelio de Jesús. Eso sí, dada la importancia y la forma aguda con que se mira a diario el quehacer de la Iglesia, esta misma debe preocuparse porque los laicos que asuman altas responsabilidades estén debidamente preparados para que su Iglesia brille por su santidad y capacidad de servicio.
Aunque en algunos ambientes del clero la horizontalidad del mundo actual no les causa mucho entusiasmo, la verdad es que lo mejor que le puede pasar al mismo clero es poder contar en todo momento con los laicos que sienten de corazón a su Iglesia. Es una oportunidad de sentirse más como miembros del mismo cuerpo eclesial y no como personas que, en medio de todo, se ven a sí mismas como aisladas y un poco en un papel como extraño. Nada mejor para los consagrados que están trabajando hombro a hombro con los laicos, que estar escuchando sus opiniones, atendiendo sus consejos, recibiendo sus inquietudes. Todo esto sirve para que todo obispo, sacerdote, religiosa, sienta, por una parte, cuánto se le aprecia y necesita y, por otra, cuánta sabiduría hay en el pueblo de Dios. En las iglesias particulares debe convertirse en una meta llegar a que, en todas sus instancias, reuniones y asambleas, siempre esté representada toda la Iglesia, no solo el clero, sino los niños, los jóvenes, las mujeres, los matrimonios, las etnias y todos aquellos que han sido llamados por Dios a hacer parte de su pueblo santo. Gráficamente podríamos decir que ojalá el color negro que suele caracterizar las reuniones del clero por sus trajes, vaya adquiriendo nuevos colores, los que llevan los laicos en su forma de vestir y de sentir. Así la Iglesia puede llegar a ser un gran vitral lleno de luz.
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